I. Todo ser que no sea un laberinto y posea el saber de estos axiomas es impuro.
II. No hay, y no habrá nunca, una ciencia de los laberintos. Por extensión, cualquier intento de representar uno existente es acto impuro. Cualquier intento de representar uno especulativo o futuro conlleva la obligación de construirlo; negarse a ello es impuro.
III. Existe un padre magnífico y secreto al que todos los demás se refieren, pero nunca ha sido manifestado en el mundo.
IV. Son muchísimas sus clases: los de piedra, plantas, carne, tinta, ideas, hormigas en movimiento… pero los más severos son los laberintos que son signos.
V. Todos nacidos de la cópula entre la repetición y la diferencia.
VI. El número es interminable, pero fijo: por cada hijo destruido se construirá uno nuevo.
VII. Todas las ciencias nacen de ellos y, de manera secreta, para ellos.
VIII. Dentro de todos y cada uno habita exactamente una bestia, y sólo una bestia puede habitar en un laberinto.
IX. Todos nacidos para encerrar a seres impuros.
X. El centro nunca es el centro.
Que vuestros caminos giren en el espacio y el espejismo perdure en el tiempo.
Zunbeltz Olague
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