A María le tiemblan las rodillas, pero se esfuerza en disimularlo. Se ha anudado un pañuelo al cuello y se ha recogido el pelo en un moño alto. Ha leído que eso transmite una imagen de confianza y seguridad. Aunque María no siente ninguna de esas cosas ahora mismo.
María se estremece. Ha hecho sus deberes con esta empresa y sabe que tienen un código ético que prohíbe investigar a los candidatos. Pero también sabe que legalmente no tienen por qué cumplirlo y que la mayoría de departamentos de recursos humanos tradicionales han desaparecido. Ahora hay expertos en analizar datos que deciden quiénes son los mejores candidatos según la información de la Red Estatal. Se supone que el Registro es para uso exclusivo de los médicos y del personal autorizado. Da igual, todo el mundo sabe que, desde que se creó, las personas con cualquier tipo de enfermedad, por leve que sea, han dejado de ser contratadas. Y también las que tienen antecedentes, o precedentes en la familia de problemas hereditarios. Y las mujeres embarazadas. María se estremece de nuevo. No le importa en absoluto que vean que ha estado comparando si los colores claros son más apropiados que los oscuros para una entrevista. Le preocupan otras búsquedas. Búsquedas relacionadas con náuseas matinales, posibles complicaciones en un embarazo a su edad y dónde comprar un test de embarazo en una tienda física. Ya casi no quedan tiendas físicas, solo en los antiguos pueblos donde nadie se ha preocupado de que la Red Estatal se instale de manera correcta.
El móvil le vibra. Es Carlos. “Suerte, cariño. Yo ya estoy por aquí, te llamo cuando salga.”
Está a punto de contestar cuando un hombre de traje dice su nombre.
– ¿María Aloy?
Ella se levanta de un salto. El hombre le tiende una mano.
– Héctor Gómez, encantado. María le estrecha la mano y se tranquiliza. Le gustan los hombres que dan la mano a las mujeres en vez de lanzarse a por sus mejillas.
Héctor le hace un gesto amistoso para que lo siga por un pasillo que parece no tener fin. Las facciones de su rostro son muy agradables y mantiene un gesto permanente de afabilidad que hace que se relaje cada vez más. La ha sorprendido que fuera una persona. Normalmente son los robots los que se ocupan de entrevistar a los candidatos: deciden mejor y les cuesta menos hacer preguntas incómodas y comunicar malas noticias.
– Es aquí.
Héctor se detiene de golpe delante de una puerta de madera, con su nombre grabado en una placa. Gira el pomo y le hace una señal para que pase delante de él. María entra en un despacho pequeño y maravillosamente iluminado con ventanales de suelo a techo. No puede evitar soltar una exclamación de admiración. La oficina de Héctor está en la planta veinticuatro y desde ahí se ve toda la ciudad.
– Increíble ¿verdad? Héctor tiene un brillo de orgullo en los ojos. Como si él hubiera construido los rascacielos imponentes que apuntan al cielo gris. María asiente con entusiasmo, pero pronto vuelve a sentirse nerviosa. Héctor le ofrece asiento en una silla de cuero negro y luego rodea la mesa de cristal para sentarse enfrente de ella.
Empiezan las preguntas de rutina. María ha hecho entrevistas más veces de las que le gustaría admitir y responde con soltura. El gesto de Héctor sigue siendo de una amabilidad inmutable y parece que escucha de verdad todas sus respuestas. Alguna vez se sale del guion establecido porque algo de lo que María dice atrapa su interés y le hace preguntas como un niño curioso que quiere saber una historia. María se va sintiendo cada vez más cómoda hasta que su interlocutor exclama.
– Por lo que puedo ver, has estado muy nerviosa antes de esta entrevista. Se remueve inquieta en su asiento. Así que ya está, lo sabe. Han estado viendo su historial en la Red Estatal y han averiguado que ha repasado toda una lista de consejos para entrevistas ¿Sabrán que sospecha que está esperando un bebé? En su cabeza prepara toda una serie de bromas graciosas para justificar el pañuelo, el moño y el traje de chaqueta. Levanta la vista para mirar a los ojos a Héctor, como ha leído que hay que hacer, pero se sobresalta cuando ve que sus labios se mueven. Está hablando y ella no ha escuchado nada.
– ¿Perdona? – pregunta, poniéndose roja.
– Las uñas – repite él, señalando sus manos. – Te han delatado.
María mira hacia abajo, confusa, hasta que lo entiende. Claro, sus uñas mordisqueadas hasta la saciedad por los nervios. Un tic que su madre intentó quitarle durante toda su infancia, sin conseguirlo. Respira aliviada. Ahora ya está convencida de que Héctor es lo que llaman un Captador de Emociones, básicamente un empleado de Recursos Humanos formado a la antigua. Las grandes empresas son las únicas que se los pueden permitir y los utilizan como marca de distinción. Se precian de su gran contacto humano, de tratar a sus trabajadores con la técnica “face to face”.
– Me las muerdo desde pequeña – contesta por fin, ligeramente avergonzada. Héctor hace un gesto de comprensión. Le hace un par de preguntas más que María contesta casi sin pensar.
– Pues con esto está todo. Muchas gracias por venir.
Ella lo mira y parpadea un par de veces, extrañada. ¿Ya está? Se levanta agradeciéndole su tiempo, entre tartamudeos. Héctor la acompaña a la puerta y le da un último apretón de manos.
– Te avisaremos a lo largo de esta semana. Aún estamos viendo a gente, pero tengo muy buenas sensaciones contigo, María.
Mientras recorre el largo pasillo de vuelta a la sala de espera para coger el ascensor intenta averiguar cómo se siente. Finalmente decide que no le ha ido del todo mal y que está satisfecha. Si hubiera sabido que la iba a entrevistar un Captador, quizá se hubiese preocupado de que sus respuestas no sonaran tan mecánicas. Podría haberse preparado un par de comentarios graciosos. En fin, en conjunto, no había motivos para pensar que no iban a contratarla.
El móvil vuelve a vibrar cuando pulsa el botón del ascensor.
– ¿Carlos?
– No me lo han dado.
–¿Cómo dices?
Carlos está casi gritando, pero María no logra entender qué dice. Cree escuchar un llanto de vez en cuando.
– Carlos, no entiendo nada. ¿Puedes repetirlo?
– Los de la aseguradora, que no me lo hacen. Los muy hijos de puta.
– ¿Cómo que no? – Lo que oyes, no me quieren hacer el seguro de vida.
¡Cabrones! Llevo partiéndome la espalda todos estos años y no me lo quieren hacer.
– Pero si tenemos dinero de sobra para pagar la cuota mensual.
– Lo sé, pero dicen que no.
– ¿Por qué?
– ….
– ¿Carlos? ¿Qué te han dicho? ¿Por qué no te lo hacen?
– ….
– Carlos, joder. Contéstame.
– En casa ¿vale? Te lo cuento mejor cuando…
– ¡Mierda! Se ha cortado. María mira el móvil con desesperación e intenta volver a llamar a Carlos.
“Usted no se puede poner en contacto con este usuario, este contacto ha sido eliminado de su teléfono.” María mira el mensaje de la pantalla atónita. Un segundo mensaje se desliza en su bandeja de entrada. “Buenos días, María Aloy. Hace diez años usted inició una relación sentimental con C.G y activó las medidas de Protección de Pareja (PP) que le ofrecía la Red Estatal (RE). El día 24 de mayo de 2070 se realizó una actualización automática en el historial médico de C. G. y los resultados revelan que existe un 87% de probabilidad de que C.G. desarrolle una enfermedad mental en los próximos cinco años. Por motivos de privacidad no podemos revelarle la naturaleza de la misma. Sin embargo, sí le interesa conocer que implica un 57% de probabilidad de acabar con dependencia absoluta en los próximos diez años, un 77% de probabilidad de acabar con dependencia total en los próximos quince años, un 82% de probabilidad de que anule todas las capacidades del paciente para ejercer una paternidad real y llevar una vida familiar normal y un 64% de probabilidad de cometer suicidio en los próximos cinco años, que se amplía al 80% pasada la primera década. Teniendo en cuenta las opciones que usted seleccionó al activar las medidas PP que establecían sus prioridades en una relación sentimental, el análisis de los datos concluye que usted no puede ser feliz con C.G. Nos alegra poder informarle de que la Protección de Pareja ha funcionado y de que le hemos encontrado un nuevo piso acorde a sus posibilidades económicas. Una empresa de mudanza está ahora mismo ocupándose de sus cosas. Esperamos que tenga un buen día. Puede completar la encuesta de satisfacción con la PP y la RE en este enlace.” María relee el mensaje un par de veces, ignorando las lágrimas de rabia que le emborronan la vista. Otra vibración. Otro mensaje. “Buenos días, María Aloy. El Registro Online para la Salud Individual y Colectiva se actualizó de forma automática el día 24 de mayo de 2070 gracias a los datos de los Análisis Mensuales de Población. Le damos la enhorabuena, está usted embarazada. Así mismo, le aconsejamos abortar porque hace 13 minutos una empresa, cuyo nombre no figura por motivos de privacidad, ha registrado su nombre como nueva empleada. Comenzará el lunes que viene y el horario no permite conciliar el adecuado cuidado de un bebé ni su completa realización profesional. Tiene una cita en la Clínica Principal para someterse a la operación el sábado 29 de mayo de 2070 a las15.03. Si desea anularla, puede pinchar este enlace. Si desea adquirir el kit para hacerlo en casa, pinche aquí. Esperamos que tenga un buen día.”
María se sienta en el suelo del ascensor y llora, ya sin reparos.
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Texto de Isabel Ferrando, mención especial del XXVI certamen de relato corto en modalidad castellano.
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