
Hoy en mi ventana brilla el sol (como dice la canción), y su brillo me invita a expresar mis pensares. He oído decir que para escribir es suficiente con una hoja y un boli. ¡Pues anda que no tengo cuartillas en mi casa! ¡Hasta de colores!
Siempre he admirado a las personas que dicen tener una musa, una sirena o un duende, que les despierta incluso de su más profundo sueño, susurrándoles al oído las palabras adecuadas para construir una idea.
Las palabras se amontonan en mi mente, y los paréntesis, las comas, los puntos y demás símbolos son cables de colores que, junto a las letras, van entrelazándose unos con otras, como reñidos, achuchándose, formando un círculo enmarañado, donde resulta complicado encontrar la primera letra, tirar de ella, conseguir con amor y delicadeza parir un cuento, un poema, o incluso, una historia. Soy una persona a la que le encanta aprender cosas nuevas. Esas ganas siempre han estado conmigo y por qué no transmitirlas después. Recuerdo que, de niña en la escuela, no tenía bastante con las clases lectivas y entraba a hurtadillas a clases de particulares, me sentaba en el pupitre y la profesora con voz muy dulce me decía al oído: “no estás apuntada en la lista, tienes que salir de clase”. Con la cabeza baja, salía del aula y al llegar a casa enfadada espetaba a mi madre: ¿por qué yo no puedo quedarme a particulares? Ella, como si de un fantasma se tratara y sin levantar la mirada de lo que tenía entre manos, contestaba: a ver qué nos trae el año nuevo. Yo no entendía nada, así que seguí haciendo lo mismo, obligaba a la profesora a repetir una y otra vez las mismas palabras: ¡no estás en la lista, tienes que salir de clase! Hasta que un día se acercó a mi pupitre y me dijo al oído con voz muy dulce: no te levantes, ya estás en la lista. Esa tarde, la clase para mí tenía más luz y a mi madre la vi más guapa que nunca.
No sé cuánto tiempo pasó después, lo que sí recuerdo es el cuidado con que llevé en mis diminutas manos el regalo para “mi señorita”. Era un pañuelo blanco de encaje de bolillo, hecho por mi madre, del que prendía una notita que decía: “Gracias por las clases particulares de la niña, Dios guarde a Ud. muchos años. Firmado: su madre”.
Puedo decir que conservo en mi retina su brillante sonrisa y la calidez de su mirada al desplegar aquel regalo. Estoy segura de que si la viera de nuevo, sin lugar a dudas, la reconocería.
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