Llueve sin parar. Cae una llovizna incesante, dócil y sin prisa.
Y yo sigo aquí mirando por esa misma ventana frente a la que estuve ayer, antes de ayer y el otro día. Ya no me apetece parpadear porque al cerrar y volver a abrir los ojos seguiré viendo esa misma cortina de lino, esa repisa de mármol, esas gotas deslizarse sigilosamente por el cristal para llegar al final de su corta historia.
Tampoco me quiero girar. Al otro lado está mi derrota, un montón de empeño malgastado, años de juventud tirados a la basura. “Estudia”, me dijeron. Y así lo hice. Durante muchos años y luego empezó mi nueva rutina de vida. Una vida de sonrisas desfiguradas, de noes tras mis espaldas, de dedos señalándome la puerta de salida. De un “te volveremos a llamar” que nunca llegaba, de ese “vuelva quizá mañana” que se repetía tintineante en mi cabeza.
Ya son dos años de idas y venidas y me he dado por vencida. He decidido quedarme aquí sentada, en esta silla acolchada de cuero en la que tengo el mismo futuro que tuve las sesenta y cuatro veces que toqué puertas raídas por manos como las mías.
Así que ya me he cansado. He dicho que seguiré aquí, mirando la lánguida lluvia. Esa lluvia inalterable, paciente y sumisa que soñará, al igual que yo, con volver a ser nube algún día.
Oihana dice
Un relato muy bueno, Mari Mar. Aparte de parecerme una bonita metáfora y el sueño de la lluvia de volver a ser nube, hay una frase que me ha parecido de una construcción muy curiosa y bella, la de “las sesenta y cuatro veces que toqué puertas raídas por manos como las mías”.
Un saludo. 🙂
Mari Mar dice
¡Muchas gracias por tus palabras! 🙂
Monica dice
Lluvia y nube. Precioso. Gracias
Mari Mar dice
¡Gracias a ti!