Observo con ojos vidriosos la tierna muñeca sentada sobre el sillón del desolado y cuasi vacío ático. Una escena que ciertamente causaría el terror de algunos fanáticos del cine de horror, pero que a mí me brinda una felicidad incomparable. Se encuentra tal y como la dejé allí hace veintisiete años. Su cabello rubio lleno de tirabuzones cae cual manto sobre sus hombros y … [Leer más...]