La carretera agrietada. Una mirada fugaz. Y la verdad que compartimos: los latidos que levantan el asfalto, los recuerdos de las veces que has pisado esas calles (a la que no diste importancia y que yo visito incesantemente quién sabe por qué), devuelven ahora en dirección y fuerza inversa la fuerza que tus talones han hecho sobre ellas en un ritmo constante y acompasado. Diástole, pisada, diástole.
Los demás miran como si alguien debiera arreglar algo, como si se nos debiera. Yo no puedo dejar de mirar la grieta y, sabiendo que es algo roto, rezar para que siga abierta. Lanzándome un mensaje. Sístole, recuerdo, sístole.
Cuando ya no pises esa calle. Cuando dejes de pisarla y cojas un atajo. O un camino más largo y soleado, y mejor. Cuando esté diligentemente arreglada y los transeúntes sonrían paseando.
Jonatan Caro
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