Llevo un tiempo que tengo mi «juez interior» superactivado. Tras cualquier clase, actividad, conversación, reunión, presentación… corro un riesgo elevado de que en el paseo de después me salte una voz interior mucho más potente que hace unos años. Dura, insultante, exigente, aplastante, dinamitadora. Con algunos (auto)insultos. Sin ninguna compasión.
Y mira que trabajé el tema hace unos años. Pero está claro que en la vida ninguna victoria tiene garantía de eternidad. Ya desde hace unos meses tengo la tarea pendiente de hacer algún taller para regalarme el tiempo y el espacio en el que trabajar este tema.
Y escribo todo esto en mi blog para agradecer el regalo de hoy. Ahora que lo escribo me parece bastante simple pero… hasta hace una hora no era nada claro para mí. Así que, por exagerado que parezca, lo vivo como una revelación. Uno de esos momentos ajá en los que algo hace click y descubres una verdad interior que hasta el segundo anterior no tenías.
Y te preguntarás ¿cuál es esa revelación? Pues tan simple como esta: mis dones no son mi mérito ni debo darme honor por ellos; mis limitaciones no son mi culpa ni debo castigarme por ellas.
La primera parte la tenía clara, la segunda es el justo complemento. En el regalo de la vida y todo lo que soy y puedo, está incluido el regalo de todo lo que me falta, lo que no puedo, a lo que no llego. ¿Cómo puedo culparme de eso, si es el mismo regalo que todas mis capacidades y fuerzas?
Y esto no es, ni quiere ser, una exención de responsabilidad. Por supuesto que es importante el análisis, la reflexión, el trabajo en mejorar. Revisar lo que hago para intentar aprender a hacerlo mejor. Observar mis fallos para intentar evitarlos en lo posible. Hacer porque mis limitaciones sean menos y mis virtudes, más.
Pero… si mi intención ha sido para el bien y mi esfuerzo ha sido real y honesto, ¿de qué puedo culparme?
Para el próximo episodio de mi superyó criticando fallos en cualquier acción bien canalizada, ya tengo la respuesta. Una sonrisa, una respiración, y un «tomo nota de lo que puedo intentar mejorar. Me felicito porque mi intención y mi esfuerzo han sido para el bien».
Y si la intención o el esfuerzo han podido ser mejorables, pues a remangarse y… a por ellos.
Andoni Eguiluz
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- El superyó también puede ser humilde - 16 noviembre, 2024
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