Pasaba noches consultando en el I Ching
las consecuencias de un capricho
o de un amor.
Te quise,
lo juro
de una manera dolorosa y triste
como quien ama sabiendo que amando así
jamás volverá a sonreír.
Hoy al menos abrazo
la reconquista de mis pequeñas patrias
y aquello que arrojé a la basura
como si aquel fatídico día
me hubiera deshecho de un zapato viejo
cambiándolo por un tacón de aguja
¡con la de llagas
ampollas e indecencias
que traen consigo!
Tan sólo espero el perdón
y el I Ching
queda sepultado por traidor.
Maldita la belleza de dos cuerpos
desnudos y hambrientos.
Que jamás ―óyelo bien― ¡jamás!
―y tú pensabas lo mismo porque me lo confesaste―
habíamos concebido tanta perfección.
Maldita sea la hora en la que dos deciden follar
y por error
acaban haciendo el amor.
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