No recuerdo bien en qué momento de mi vida empecé a establecer con el diario una relación cotidiana e infaltable, pero fue pronto.
Probablemente elegir un diario y hacerlo propio tenga que ver con cierta condición adulta, de independencia. Ya no es el diario de una casa donde se es hijo. Ese le eligieron el padre o la madre. Este ya lo elegí yo. Fue una decisión personal.
Si la relación prende, cuaja, entonces se va enriqueciendo paulatinamente. Lo vas conociendo y casi con seguridad lo vas queriendo. Se parece un poco al equipo de futbol de uno. Y te vas haciendo amigo. Poco a poco vas viendo que, efectivamente, sus puntos de vista coinciden bastante con los tuyos. Una comunión. Y vas prefiriendo algunas firmas, algunas secciones, algunos comentarios. La relación se consolida. Se van fijando rutinas. Manuel me lo guarda siempre y algunas veces le puedo echar un vistazo en ese momento aunque casi siempre me lo calzo bajo el brazo y sólo lo puedo abrir en la mesa del mediodía o recién con el atardecer avanzado. Pero no importa, me siento seguro sabiéndolo a mano. Ya llegará el momento de poderlo disfrutar.
Y de pronto uno cambia de país. Aparece una cierta desorientación transitoria. Una cierta orfandad. Hasta que logra dar con el sustituto considerado indudable, al que va adhiriendo paulatinamente. Eso sí: la logística es imperfecta. Llega un poco tarde. Y si uno viaja no es fácil encontrarlo en pueblos lejanos o en ciudades del exterior porque todavía es joven y la prensa tradicional le combate la difusión de manera inclemente.
Lo voy conociendo cada vez mejor y al mismo tiempo va logrando difundir con más eficacia. La distribución se perfecciona. Me voy sintiendo acariciado y vamos compartiendo acontecimientos trascendentales. Encuentro palabras valientes, firmas inteligentes, puntos de vista lúcidos. Ya lo voy encontrando lejos. Hasta en Buenos Aires. Ya va llegando temprano por la mañana. Se van enriqueciendo sus suplementos. Los fines de semana forma parte del desayuno como la cucharita del café. Y el resto de los días es tan indumentaria como el cinturón.
Pero, a la larga, en algún momento de mi transición decadente, me pasa como a esos traicionados que son los últimos en advertirlo. ¿Qué está pasando? Se trata de un viraje lento, apenas perceptible pero paulatinamente contundente. Noto que a sus titulares le faltan o le sobran algunas pocas letras. Pero resulta suficiente para que expresen unas ideas que se van diferenciando de aquella llama inicial. Se iluminan otros hombres, otras mujeres, otras ideas, otros paradigmas. Diferencias cada vez más trascendentes. Definitivo: me siento extraño, casi traicionado. El pobre brazo bajo el que lo llevo lo padece. ¿Lo han comprado? ¿Se ha vendido? Y hurgo en el tema. Sí, han eliminado plumas valientes, irreverentes, escasamente complacientes. Aparecen otras, más rancias, más adaptadas. Y voy entendiendo: los jóvenes se sienten absolutamente al margen. Ni lo conocen ni lo quieren conocer. En poco tiempo será casposo y maloliente. Será como recalentar la paella que sobró de ayer. ¡Chau, viejo. ¡Que te den!
Ricardo Landriscini
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