A ese otro que me habita y que sutilmente someto:
Sombra,
espacio de heridas sin luz,
portadora de mi verdad toda,
acojo tus dones, ahora que el sol se ha ido
y mis ojos se han hecho a tus misterios y formas.
En tu mirada ardiente,
en esos ojos que también son los míos,
duerme lo indecible.
Y si lo llamo por mi nombre,
responde desperezándose e irguiéndose,
enorme, como un titán poderoso y dócil.
Sombra mía,
dadora de dones de un negro perfecto y deformes,
terribles en su otredad propia,
¿en qué comediante de mí mismo me convertiré
si no me adentro en tu oscuridad de locura?
¿a qué se reducirá mi encanto sin tu punto de demencia?
A mi sombra no engaño.
Ella sabe la forma exacta de mis cosas:
lo que soy y oculto, lo que no soy y pretendo ser,
lo que no aparento y acabo siendo.
Ella no sigue mis pasos, ella es mi movimiento,
pensamiento soterrado e instintivo,
sentimiento desterrado de mi conciencia limpia,
y late,
late esperando su desentierro nuevamente.
En mí todo existe, y sin embargo,
qué pobre existencia, yo sin mi sombra,
esencia mía de lo desconocido.
Me acerco a mí cuando me acerco a ella,
y ¡qué lejos de mí estoy cuando estoy lejos de mi sombra!
Por eso, criatura enjaulada entre mis huesos,
liberarte será aliviarme del exceso de estar cuerdo,
del absurdo de ser déspota de mí mismo y fiel
a todo lo humano y animal que hay en mí.
……
A ese otro que me habita, y que sutilmente someto,
a ese cuyo día empieza cuando el mío termina:
despierta,
despierta del sueño velado
y revélate en este día nuevo,
pues ya es mañana,
y el sol quiere hacerte sombra,
una vez más.
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