Antonio Orejudo (Madrid, 1963) es un escritor afanoso pero, nos lo advierte, dejará de escribir cuando ya no tenga nada que decir. En su última novela ha vuelto a explorar los temas de la amistad y del desengaño en un escenario universitario que conoce bien – es profesor de literatura en la Universidad de Almería -, esta vez en clave de autoficción: el protagonista habla en primera persona y se llama como él (‘Un momento de descanso’, Tusquets, 2011). También se ha autoentrevistado en “eldiario.es” hasta el verano de 2014, interrogándose y contradiciéndose, dejando al descubierto la “dialéctica interior” que conlleva todo acto de pensar. Certifica la deserción del juicio crítico en nuestro panorama cultural y le parece la política una continua fuente de indignación: “como yonquis, necesitamos el doble de burrada para indignarnos la mitad de lo que nos indignábamos”. Este escritor-soldado indudablemente original prescinde de la mercadotecnia ambiente. Ante la pregunta de saber en qué anda metido últimamente, elude la respuesta y dice: “estoy trabajando ahora mismo con gases, si digo algo se solidificaría y estaría obligado a trabajar con ese material solidificado. Además, puede que esos gases desaparezcan en la atmósfera”.
– Ha escrito cinco novelas en casi treinta años, es un escritor tenaz pero sin prisas.
– Sí, conforme uno va escribiendo, se va haciendo cada vez menos espontáneo y nota más la presión ambiente. Creo que esto es peligroso: no hay que escribir porque toca, porque tu editor te presiona o porque necesitas dinero. Trato de no olvidarlo: si no tienes nada que decir, mejor no escribas.
– ¿Y cuándo sabe uno que tiene o que ya no tiene algo que decir?
– En mi caso, es intuitivo. Alguna vez he tenido que dejar el proyecto de novela que tenía entre manos para dedicarme a una idea que repentinamente se me ha cruzado. Porque hay ideas que te cuestan mucho esfuerzo, que tiran mucho de oficio, y otras en cambio te despiertan una sensación de “apetecimiento” y te ponen cachondo. Desgraciadamente, no tengo un plan de obra literaria como tenían los grandes escritores del siglo XIX, me hubiese gustado novelar mi siglo, pero soy más modesto y pobretón que eso. Según me vienen las ideas, voy decidiendo si me gustan o no, aunque admito la posibilidad de que en un momento dado no tenga nada que añadir a lo que ya he dicho.
– Sin embargo, el hecho de mantener una disciplina de trabajo – me he enterado que se levanta a las cinco de la mañana – debería servir de estímulo para la intuición. Es como aplicarse el cuento de que la inspiración le pille a uno trabajando…
– Así es, escribo porque tengo mucha disciplina y la única manera de saber si tengo o no algo que decir es poniéndome a ello todos los días. En definitiva, escribo para saber qué pienso sobre las cosas. Pero el resultado es desigual, y si no cumple unos mínimos estándares de calidad – como diría un tipo de una fábrica de desodorantes -, prefiero dejarlo.
Es verdad que la rutina es fundamental, soy un soldado. Cualquier actividad que se quiera hacer bien requiere disciplina y sufrimiento: no es que me guste sufrir, lo que me gusta es hacer las cosas bien. Me considero un tipo exigente, no sólo en la escritura sino en cualquier aspecto de mi vida. Así que sufriría igual si en lugar de la escritura me hubiese dado por los abdominales, y esto tiene que ver más con una manera de ser que con la escritura en sí. Pero si ahora me tocara la lotería, yo podría perfectamente no escribir una línea más en mi vida y no creo que me pasara nada. Veo la escritura como un entretenimiento, me puede incluso llegar a divertir, pero no es para mí una necesidad. Tampoco sufriría una terrible crisis ni me golpearía contra las paredes si un comando terrorista me secuestrara y me impidiera escribir. Soy muy poco mágico o místico en mi concepción de la escritura.
Si ahora me tocara la lotería, yo podría perfectamente no escribir una línea más en mi vida y no creo que me pasara nada. Veo la escritura como un entretenimiento, me puede incluso llegar a divertir, pero no es para mí una necesidad.
– Su primera novela Fabulosas narraciones por historias, por la que ganó el premio Tigre Juan (Lengua de Trapo, 1996 y reeditada en Tusquets, 2007), tiene como escenario la Residencia de Estudiantes. Por él circulan los grandes poetas e intelectuales de la generación del 27 envueltos en enredos muy poco gloriosos. ¿Quiso romper con las filiaciones, “matar a los padres”?
– Mi propósito original al escribir esa novela fue contar una historia de amistad entre tres muchachos que acaban devorándose por amor. Yo estaba haciendo la tesis y me sentía saturado de literatura, para bien y para mal. Escribí algunas gracietas a costa de personajes como Lorca, Dalí, Ortega y Gasset o Juan Ramón Jiménez con el consiguiente efecto de desmitificación: quería de alguna manera dar una patada en el culo literario a una generación anterior a la mía, y que resumiendo mucho es la de Felipe González. Esta generación, que ha tenido su iglesia en la del 27 hasta consolidar una especie de cultura laica, ha sido en cierto modo muy perjudicial para la mía y para la historia de España: me apetecía burlarme de lo que para ellos es sagrado. Y efectivamente, una de las primeras críticas de Fabulosas… presagiaba la lectura que se haría de ella: la gente sólo se fijaría en las cuchufletas con Lorca y compañía y no iría más allá. Esto perjudicó a la novela, sepultando las posibles virtudes literarias que pudiera tener el texto. Aunque de todos modos, lo mejor que me pueden decir sus lectores es que ya no ven la generación del 27 como la veían antes: se imaginan a Ortega follando con marquesas o a JRJ como un soberbio ceceante… esto es irrumpir de lleno en el imaginario cultural de la gente.
– Le gusta alterar en sus novelas las reglas básicas de la verosimilitud, confundiendo la verdad y la mentira, y todo ello pasado por un humor socarrón y deslenguado.
– Sí, por ejemplo en Ventajas de viajar en tren (Alfaguara, 2000 y Tusquets, 2011) revivo a un personaje que había muerto antes. Aparte de este detalle inverosímil, hablo en realidad de lo que me pasa en la vida y siempre me ha obsesionado distinguir la verdad de la mentira. Y qué quieres que te diga, empiezo a estar harto del humor. Me pasa como a los actores que les encasillan en los mismos papeles de niña guapa o de viejo… Hace ya un tiempo sólo me invitaban a eventos relacionados con la “joven narrativa española” y me dije que no volvería nunca más. Igual hago lo mismo con el humor después de asistir al último festival de La Risa de Bilbao (octubre 2014): ¡que le den por culo a la risa! Hubo un momento en que defender la risa era hacer un papel un poco diabólico y necesario, pero ahora empiezo a reivindicar el mal humor, la mala hostia.
– También dicen que es un escritor “posmoderno”. Llevamos décadas hablando de “posmodernidad” (sin “t”, para facilitar la pronunciación), ¿qué significa este concepto?
– Es una categoría que resulta muy útil porque, aunque simplifica, ayuda a la comprensión. Tan sólo quiere decir lo que viene después de la modernidad. Cuando estaba en Estados Unidos, esta palabra se utilizaba mucho en los departamentos de literatura y no tenía mala prensa, en España sí la tiene.
En el fondo, la posmodernidad no es una categoría literaria propia de finales del siglo XX y principios del XXI, sino que va en diagonal a lo largo de la historia del arte y de la literatura, hay muchos barrocos en el tiempo. Por ejemplo, la implantación de la imprenta en el siglo XVII e Internet son cambios similares: ambos suponen un avance tecnológico y una incidencia en la manera de pensar, en la conformación de la cultura y de las relaciones de poder. Pero también tenemos como entonces una crisis española que se traduce en estupefacción y desengaño: creíamos que el mundo era de una manera y descubrimos que es mentira… Sin duda, yo me siento representado por alguno de los principios de la posmodernidad, como el descreimiento ante los grandes discursos de la modernidad que ya no son válidos. El “desengaño” es una palabra que podría resumir casi todas mis novelas. Y por ello, me siento cercano de autores del XVII a los que yo admiro mucho. Para mí Cervantes es uno de los grandes autores posmodernos.
– ¿De qué modo percibe las consecuencias de la crisis en el acceso a la cultura y en la afición a la lectura en particular?
– Vivir una época de crisis, que también es de transición, es incomodísimo y al mismo tiempo apasionante, además nos concierne a todos nosotros. Hace cincuenta años, los hijos se rebelaban ante sus mayores en ciertos aspectos, pero compartían la misma línea cultural, mientras que ahora hay una ruptura muy fuerte entre generaciones. Venimos de una cultura libresca y vamos hacia otra que ya no lo es y tampoco sabemos a dónde va.
Aún así, soy partidario de no lamentarse mucho con frases como “nunca en la historia de la humanidad…”. Todo el mundo ha tenido peculiaridades biográficas y generacionales, y se trata de hacer lo que sepas o puedas hacer en el ambiente que te ha tocado vivir, y punto. Todos los grandes artistas han producido en su contexto. ¿Que la gente no lee? Pues o bien te retiras, o bien consigues que te lean, aquí está el reto. También hubo en la Edad Media un momento de absoluta incultura y luego vino el Renacimiento, por lo tanto estos cambios son un continuo en la historia de la cultura.
Pero yo voy a irme de este mundo con la sensación de que la cultura que yo he mamado se terminó, que pertenezco a los “últimos mohicanos”. No veremos el retorno de los jóvenes a la literatura en los próximos cincuenta o cien años, tampoco va a haber una generación que lea a Faulkner como un referente cultural: no veo el día en que a un editor de los que hoy publican le llegue un manuscrito como El ruido y la furia y diga “¡hostia, qué de puta madre…!” Al contrario, lo tirará a la basura alegando que es impublicable.
– Con este pronóstico de unas “humanidades” en ruinas, ¿cómo lo asume en su propia escritura? ¿A qué lectores puede o quiere dirigirse?
– Claro, para qué escribir El ruido y la furia si la situación es la que es… Pero creo que es una obligación del escritor no perder de vista el mundo en el que vive. No digo que tengas que escribir únicamente para que te lea mucha gente, pero sí tienes que ser sensible a la tensión que existe entre tu necesidad o potencia creativa y el público al que va dirigida. Los escritores que más me interesan son sensibles a esa tensión mientras que otros hacen caso omiso. Flaubert por ejemplo, escribió folletín y no fue insensible a la sociología de la literatura: ¿aquí quién lee?, las mujeres, ¿qué quieren leer?, historias de adulterio, que es lo que gustaba en el siglo XIX. De ahí surge Madame Bovary, aunque claro, Flaubert trasciende el género porque era genial.
Lo que tengo clarísimo es que tú eres escritor en tanto en cuanto se te lee. Es siempre una falsedad decir “yo no escribo para que me lean”. Ya el mero hecho de elegir un idioma para escribir, implica que otras personas tienen que comprender ese código (porque imagínate, también podrías escribir en una lengua que tú te inventes, y que no te entienda ni dios), elegir el español implica que estás compartiendo un código.
Me preocupa saber por qué no leen los jóvenes y qué les interesa. Otra cosa es que escriba Cincuenta sombras de Grey, eso no, pero me gustaría escribir El Quijote con la forma de un “best seller” para que cambie el rumbo de la literatura universal y que me lean cuantos más mejor. Por cierto, hablamos muchas veces de “best seller” como literatura fácil dirigida a un gran público, olvidando que García Márquez y Vargas Llosa también lo son. Si cumpliendo mis estándares de calidad consigo que me lea la humanidad entera, genial, pero tampoco estoy dispuesto a hacer cualquier cosa.
– Y hoy en día, ¿a qué se dedica la crítica literaria?
– La función de la crítica, que en su origen era servir de parapeto al consumidor como un servicio público, estableciendo lo que es bueno y lo que es malo, ha desaparecido. “Crítica” viene de “criterio”, aparte de “criticar”. Y es evidente que hay escritores mucho mejores y mucho peores que yo. El crítico debería establecer un orden – primero, segundo, tercero – y que cada cual pueda extraer su propio criterio. Los lectores necesitamos jerarquías y ya no tenemos en quién confiar, ni en los periódicos ni en la universidad; hoy la crítica está viciada. Como nos hemos vuelto escépticos ante el criterio, lo hemos sustituido por el número de ejemplares vendidos. Y todo esto tiene que ver con esa cultura tan generalizada hoy en día que consiste en la destrucción de mitos. No reconocemos la superioridad moral ni intelectual de nadie. Esto acabará un día y habrá que construir. Mi novela Reconstrucción (Tusquets, 2005), escrita después de un par novelas que derribaban ciertas cosas, habla de esta necesidad de reconstrucción.
– ¿Qué lugar tiene Internet en su vida?
– Tu trabajo de escritor consiste en estar delante de una pantalla. Hay mañanas muy buenas y muy malas. En las malas, Internet es un peligro permanente y es una invitación a la procrastinación: empiezas con un correo electrónico y acabas con la mañana perdida, es una distracción infernal. La parte buena, la localización de documentación, esto es una bendición. En cuanto a las redes sociales, el rol del escritor en el siglo XXI ha dado un pequeño giro: seguimos inmersos en la misma dialéctica capitalista pero tienes que hacer más trabajo por menos dinero. Además de escribir tu libro tienes que promocionarlo y no te pagan por ello. Hace poco tiempo, me vi en México dando una conferencia ante libreros (no ante lectores) explicándoles cómo tenían que vender mis libros. ¡Esto ya es la posmodernidad absoluta! Si no te vas a la cueva y decides seguir viviendo en el mundo, tienes que aceptar que eso forma parte del trabajo del escritor y en esa tesitura, las redes sociales son un instrumento muy bueno para dejarte ver y anunciar la publicación de tu nueva novela. Y en cuanto al aspecto más exhibicionista de las redes, personalmente me tengo prohibido teclear mi nombre en Google, me podría volver loco…
– Decía en un vídeo de presentación de un máster de creación literaria organizado por la Universidad Pompeu Fabra: “No escribas, ten paciencia, lee, y solamente cuando te resulte insoportable la inactividad, ponte manos a la obra. Pero en principio, no escribas”. ¡Vaya una manera de animar a escribir…!
– Es cierto, no hay ninguna necesidad de escribir, no es obligatorio. Pero si decides hacerlo, hay que ir a muerte y medirse con los grandes, vencer a Dickens. Si no para qué, ¿escribir para ti, contarte una historia? Chorradas. No escribas, lee y disfruta.
– Pues creo que mucha gente se pone a escribir en época de crisis…
– Efectivamente, yo he renunciado a entenderlo, porque la literatura ha perdido el papel social que tuvo alguna vez. Nunca fue una cosa mayoritaria, pero recuerdo la admiración por ciertos escritores en los años sesenta y setenta. Por otro lado, se produce la eclosión de escuelas de escritura y la bajada en los niveles de lectura, ¿esto cómo se explica? Yo a veces he bromeado diciendo, “claro, la gente no lee porque está todo el puto día escribiendo”. Debe de ser por vanidad. A lo mejor sigue teniendo cierto glamour ser escritor.
Recomendaciones
Libros
Estoy ahora un poco falto de libros contemporáneos que me remuevan por dentro. Quien no me decepciona casi nunca es Michel Houellebecq, que me parece más un ensayista que un novelista. Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig, Acantilado, 2003 (escrita en 1927): todo Zweig es delicioso. Y Limónov, Emmanuel Carrère (Anagrama, 2013)
Cine
Estoy muy enrollado con series de televisión, hay mucho talento en esas ficciones: House of Cards (las versiones británica y americana), True Detective, Ray Donovan, Homeland, Breaking Bad. En cuanto a películas, me empieza a pasar como a un alumno mío, que decía que no se concentraba más de 45 minutos. El futuro, Luis López Carrasco, 2013 : es una película difícil de ver porque es la filmación de una fiesta en una casa, sin poder oír las conversaciones, así que o no te gusta nada o te parece cojonuda. Es una metáfora perfecta de la transición democrática y de lo que ha sucedido en España en los últimos años. A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, Roy Andersson, 2014 (ganó el León de oro del festival de Venecia): he descubierto recientemente a director de cine de origen sueco y su cine me encanta.
Música
Soy un ignorante en música, escucho Radio 3 pero no me quedo con los títulos de las canciones; en general me gustan los clásicos del pop-rock. Te diré una canción que he redescubierto y que me pongo en bucle en el coche: Eve of destruction, de Barry Maguire
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Celia Tueros dice
A veces no sabes que tienes algo que decir hasta q te pones a escribir.