
La primera vez que oí el sonido de un misil, era un feto.
Tan perdido como ahora, estaba dentro de algo que no había elegido.
Todavía me dan miedo los aviones,
todavía duermo en posición fetal.
¡Ay, maman!
Déjame volver a tu útero,
deja que vuelva el tiempo a esa noche,
y esta vez dile que no te apetece.
La policía me para en la calle:
—¿Qué tienes en tu bolsillo?
—Nada, caballero. Dos monedas y muchos poemas.
—¿De dónde eres?
—Soy de un país en el que los niños venden poesía por la calle,
y las niñas, en vez de muñecas, abrazan a sus hijos.
Soy de la tierra del sufrimiento y la poesía,
donde la bala, antes de llegar al pecho de un niño, se pregunta:
“¿Por qué he nacido aquí?”
Nací donde la policía da más miedo que un ladrón.
Con la vida que he tenido, no es un mérito ser poeta,
es suficiente con escribir,
la melancolía encontrará su camino.
¡Ay maman!
¿Cómo puedo olvidar a ese hombre afgano que abrazó la rueda del avión para huir?
¡Qué pena que no sabía volar,
y se cayó como una mora!
¿Por qué lloro cada vez que estoy en un aeropuerto?
¿Por qué me asustan los pájaros que aterrizan de golpe?
¡Ay maman!
¿Dónde están mis juguetes?
¿Dónde está mi pez rojo,
el que bailaba entre los rayos del sol en el estanque?
¿Dónde están las hormigas a las que contaba historias para que no se sintieran solas?
¿Cuándo vamos a freír los tomates en el patio?
¡Baba!
¿Dónde está el castillo que hice con mis legos?
¿La bici roja que cayó tantas veces conmigo?
¡Ay!
¿Dónde estará Shakiba, mi compañera de juegos de infancia?
Mi pareja que me hacía té, cuando volvía de mi falso trabajo,
la que me besaba de verdad y sus manos me daban calor.
¡Ay maman!
¡Quiero regresar a mi adolescencia!
Cuando el peso de la mirada de una estrella me hacía mirar el cielo,
cuando en el coche no dejaba de seguir la luna,
y mi mundo era todo blanco.
Hace frío en la calle,
y cada vez que la gente me quita los ojos, más.
Pienso en Bahar, mi amor de adolescencia,
y mis manos están calientes.
Pienso en su sonrisa y tiemblo,
como un nido sin pájaro.
Echo de menos mirar a sus venas y tocarlas con los dedos,
sentir que se mueve la sangre en su cuerpo,
conducir en esas bellas carreteras.
Esta noche, con las trenzas que le he hecho,
es más bella que nunca.
Camino con mi soledad,
tomo su mano y le beso los ojos de vez en cuando.
Miramos las estrellas y los aviones.
Ella no dice nada.
Yo no digo nada.
Siempre me quedo abajo del columpio,
siempre su helado se derrite,
y por la noche,
excepto en mi abrazo,
no puede dormir en ninguna parte.
Ay, si muero,
¿qué hará mi soledad?
Maná Delkash
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- Fiel amiga - 12 marzo, 2025
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