Si se callase el ruido,
podría escuchar el aire colarse
por los orificios de tu nariz,
bajar por la laringe,
atravesar los bronquios
y abrazar tus pulmones.
Si se callase el ruido,
percibiría el movimiento de tu pecho,
de arriba a abajo,
constante, discreto,
imperceptible apenas,
monótono, quieto.
Si se callase el ruido,
podría quedarme mirándote
tres días seguidos,
sin interrumpirme para comer ni dormir,
alimentando mi conciencia,
descansando mi fatiga.
No me cansaría
-lo sé muy bien-
de despertarte con cada aurora,
pues eres tan risueña
-tan complacida, tan tuya-
en las pequeñas horas.
Pero hay ruido.
Lo hay por todas partes
y no consigo oír la voz,
propia, vacía,
suplicante, íntima,
que me persigue al acabar el día.
Un aullido que no destruye
-que no aniquila-
mi esperanza, mi gozo.
Un aullido que me rescata
-pues me envuelve-
del fragor constante que hay afuera.
Eso es lo que pasaría,
sólo quizás,
en el mejor de los casos,
entre otras cosas,
si, por fín, tras tanto desearlo,
se callase el ruido.
Pero no se para,
no hay manera de detenerlo
intento taparme las orejas con las manos,
pero no lo consigo.
No te oigo, corazón,
no consigo escuchar tu sosiego.
Las palabras del silencio,
deleite para mis tímpanos,
delicioso sonido,
que retumba en los oídos.
Que se calle el ruido,
por favor, apágalo.
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Soledad dice
Ay Paule. Precioso poema. Envolvente.
Me levanto este sábado después de una noche con bebé. Reconozco que esta no ha sido de las peores, pero la relación que encuentro entre el ruido tu poema y nuestro bebé…..es visionaria.
Espero con ganas tu siguiente escrito.
iñigo dice
Paule. Soy Iñigo y he sido yo quien te ha escrito el anterior comentario. Sucede que Soledad y yo escribimos del mismo ordenador y a veces somos dos y a veces somos uno.