
El relevo de guardia se realizó con la rutina habitual. El Oficial saliente me transmitió la soledad en la ruta sin buques en el horizonte y recalcó la oscuridad profunda de una noche despejada sin Luna. Con un horizonte tan nítido, que se veía amanecer las estrellas por levante y ponerse por el oeste. Se fue deseándome una buena guardia y una buena mar.
Después de hacer las comprobaciones pertinentes de seguridad, comencé la jornada con un café y entré en la derrota para recalcular el rumbo que nos mantenía al sur del límite máximo de la banquisa de hielos.
La premura del marinero de guardia recabando mi presencia en el frente del puente me sobresaltó.
Elevada ligeramente en el horizonte, por la amura de babor, oscilaba una luz blanca. Por su aspecto no muy brillante y ligeramente desdibujada, parecía lejana, pero no obstante, su tamaño apuntaba lo contrario.
No era capaz de recordar algo parecido por mucho que rebuscaba en el archivo de mi experiencia. Tampoco aparecía en la carpeta de historias relatadas por terceros, ni había avisos de hielo en nuestra ruta.
El marinero apuntó nervioso que era un ovni, farfulló algo sobre su experiencia de un avistamiento en el pasado. Presumía de haber visto a la Santa Compaña y a la Virgen María. Con semejante historial, su comentario cayó en la trituradora del olvido.
Mientras, forzaba los radares tratando de encontrar ecos que delataran algún tipo de embarcación o artefacto flotante del que no teníamos noticias.
Descarté que pudiera ser una boya a la deriva perdida en el Atlántico Norte, imposible, no se había recibido ningún aviso a los navegantes en este sentido.
—Seguro que es un buque fantasma, alguno de los hundidos por los alemanes en la segunda guerra mundial— apuntó el marinero.
Aquello poseía vida propia. Su pulso acompasado hacía que su luz apareciese turbia, producto de las pequeñas irisaciones que emitía a cada latido.
Aquí se consolidó mi teoría de que el tiempo es elástico. No sé cuánto transcurrió en esa fase. Se me hizo breve, aunque los relojes evidenciaban lo contrario.
Hubo un momento en que aquella luz explotó de forma imperceptible, con suavidad. Envió a la oscuridad miles de partículas luminosas, regalándonos un espectáculo inconcebible. Nunca lo he visto superado de forma natural ni por la tecnología humana.
Para hacernos una ligera idea, parecía que un globo enorme colgara del techo de la discoteca North Atlantic Ocean. Pero no emitía la luz en destellos sino que lo hacía suavemente; eran olas recalando con indolencia en una playa paradisíaca.
Variaba los patrones de dibujo, desde formas curvas o angulosas, a puntos que reventaban blandamente como si de fuegos artificiales silenciosos se trataran. Todo se diluía en la nada nocturna.
Cambiaba la intensidad del brillo al ritmo de las pulsaciones. Los colores iban y venían en ciclos de modo inapreciable para la vista. Armonía sería la palabra más cercana para describirlo.
Ni los colores, ni las formas, ni la intensidad gozaban del mismo tempo, así que las combinaciones podían ser infinitas.
Navegaba en el interior de un inmenso caleidoscopio. Esta situación psicodélica, no me produjo ninguna zozobra, más bien lo contrario.
Me encontraba tan absorto contemplando aquella sinfonía silenciosa que mi guardia transcurrió en un abrir de ojos; no quise, no pude cerrarlos, no quería perderme ni un ápice de aquello.
Mi relevo entró en el puente cinco minutos antes de su hora de su guardia, cortesía que manteníamos los Oficiales en el puente. Balbuceé un lacónico «mira lo que me ha sucedido en mi guardia»
Para esa hora ya había transcurrido el grueso del espectáculo, pudiera ser que la inminencia del alba apremiara su conclusión. Cenicienta puso en marcha mi cerebro vaciado de pensamientos.
Javi me comentó que podía asemejarse a una aurora boreal no bien documentada por sus raras apariciones. Él había vivido el mismo espectáculo en un viaje de Kobe a Los Ángeles bordeando las Aleutianas. Éramos unos afortunados.
Me rogó que al día siguiente le despertara en el momento que apareciera, sin importar la hora. Merecía la pena interrumpir su descanso nocturno.
Durante dos jornadas más pude, pudimos asistir a la misma función. Gran parte de la tripulación fue testigo de aquello. No encuentro las palabras para describirlo en toda su dimensión.
Fueron tres días, perdón, tres noches inolvidables. No sólo gocé con el sentido de la vista. Me sentía flotando agradablemente en aquel extraño juego de luces.
Sí, he visto cosas que nunca había imaginado ver, y que nunca imaginaréis.

Guillermo Mateo

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Eskerrik asko Guillermo por compartir estos relatos!!