Muchas noches, cuando vuelvo a casa en mi vieja bicicleta, bajo el sólido manto de nubes negras y sobre el pavimento mojado que tan bien refleja la luz de las farolas, siento un extraño olor.
Se trata del aroma de las lluvias futuras y pasadas, que se mezcla con las cenizas que salen de las humeantes chimeneas invernales. El olor me susurra a gritos canciones sobre la libertad, y yo tengo que pedalear muy rápido para llegar a casa antes de que su voz me alcance.
Me consta que el día que escuche hasta el final las canciones de lluvia y cenizas, ya no podré regresar nunca más a casa, y sé que eso me hará libre, pero debo confesar que la libertad me da mucho miedo.
Y luego, según me aproximo más y más a la zona donde vivo, el aroma de la comida recién hecha inunda el ambiente, hasta un punto en que el olor anterior podría pasar completamente desapercibido. Pero por alguna razón que desconozco, las canciones hogareñas que recita este nuevo olor me repugnan en lo más profundo de mi alma.
Y mientras yo aparco mi bicicleta en el jardín de mi casa, sé que una pequeña parte de mí no pudo evitar escuchar la canción de lluvia y cenizas hasta el final. Probablemente esa pequeña parte ahora corra salvaje en la noche en busca de la temida libertad. Y durante un momento de debilidad, no sé cual de las dos versiones de mí misma soy en realidad.
Elvira Susin
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Ana Garcés Peirón dice
Me ha encantado.. Rezuma sensibilidad.