
En el siglo XVII el naturalista Swammerdam miró por primera vez a una abeja reina por microscopio y demostró que tenía ovarios. Hasta ese momento la abeja reina no había sido llamada reina, sino rey o jefe de las abejas. Desde la antigua Grecia las colmenas habían sido reverenciadas como el ideal de sociedad ordenada y virtuosa y se había dado por hecho que el espécimen de mayor tamaño y poder de dicha sociedad no podía ser otra cosa que un macho.
Partiendo de ese error de base, la pregunta de cómo nacían y se reproducían las abejas era irresoluble. Se rodeó a la abeja de un misterio y un misticismo que, acompañado al valor que tenían la miel y la cera recolectadas de los panales, convirtieron a este animal en uno casi divino. En la antigua Grecia estaba vinculado a Zeus y en Egipto se usaba como signo para identificar a la familia real en los jeroglíficos. La asociación de la abeja con la monarquía no nos sorprende; sin embargo, también se han comparado las colmenas con casi todos los tipos de sociedades, desde la república a la anarquía, resaltando en cada caso los aspectos más convenientes de la organización social apícola. Al fin y al cabo ahora sabemos que la abeja reina no tiene ninguna autoridad real en la colmena y que el poder lo ostentan las obreras. El rol de la abeja reina es meramente reproductivo y, aunque las obreras dependen de ella para su supervivencia, no la tratan con ningún tipo de respeto y son ellas quienes toman las decisiones.
Algunos pensadores latinos, como Varrón, Virgilio y Plinio; alabaron la organización social de las colmenas, la disciplina, la dedicación al trabajo, su entrega a la defensa de la ciudad y su moral: la fidelidad a la colmena, el ánimo pacifista y su estilo de vida puro, pues no se alimentan de otros animales ni si acercan a las cosas putrefactas. Se consideraba que el modelo social de las colmenas era el más equilibrado y al cual debían aspirar las sociedades humanas. Estas ideas seguirían presentes a lo largo de la mayor parte de la historia occidental. Se asociaron las abejas a Cristo y a la Virgen e incluso Napoleón hizo de ellas su emblema personal.
Sin embargo, cuando hablamos de abejas reina quizá ya no pensemos en sistemas políticos ordenados e ideales. Según se ha ido fortaleciendo el vínculo entre colmena y matriarcado, se ha ido trasladando la asociación desde lo ideal hacia lo fatal. En la actualidad la abeja reina ya no es la dirigente de una sociedad ideal, sino una tirana que maltrata al resto de mujeres. Ya ocurra en colegios, en política o en el mundo de la empresa, se habla del síndrome de la abeja reina cuando una mujer que ha alcanzado un puesto de poder ve como una amenaza al resto de mujeres de su ambiente.
En ficción la máxima representante quizá sea Regina George, de Mean Girls (2004): una película que convenció a toda una generación de mujeres de que nosotras éramos nuestras peores enemigas. Regina, que literalmente significa reina en latín, es la dictadora de su escuela de secundaria y es representada según todos los estereotipos de una mujer tirana. Al igual que otras abejas reinas de la ficción es ambiciosa, glamurosa, popular y muy hermosa. En este último detalle cabe detenerse: los hombres poderosos no necesitan belleza, pero para las mujeres es imprescindible. Por otro lado, el equivalente masculino de la abeja reina en ficción, el matón o el bully, no es inteligente sino que se sirve únicamente de su fuerza bruta. La abeja reina, en cambio, es muy inteligente y está llena de potencial; sin embargo, ha crecido en un modelo social patriarcal que no le permite encauzar su ambición y talento de la forma adecuada. Las metas que se le permiten son superficiales y están asociadas a su efímero atractivo físico y a su popularidad.
En la antigüedad existió un debate en torno al aguijón del rey de las abejas: se consideraba que una sociedad ideal no necesitaba de la fuerza bruta y que, por tanto, el rey no necesitaba usarlo. Regina George, al igual que esa abeja mítica, no necesita usar su aguijón porque le basta con el ‘poder blando’ de la manipulación, tan asociado a lo femenino. En la actualidad sabemos que, si bien la abeja reina no usa su aguijón contra sus súbditos, sí lo usa contra otras reinas que puedan surgir en su misma colmena, nuevamente como símbolo de rivalidad entre mujeres. Al igual que sucedía en el pasado, remarcamos los aspectos de las colmenas que mejor encajan con el símil de nuestra época. Hemos convertido a las abejas reinas en tiranas de películas americanas para adolescentes, en la chica más popular del instituto. Crecemos con esas películas como único modelo matriarcal y socializamos en la idea de que las mujeres poderosas son malas por naturaleza.
Quizá estemos afirmando con demasiada rotundidad que asociar a las abejas con esa tiranía sea algo nuevo. Según un mito griego, las abejas habían sido creadas por Deméter, haciéndolas brotar del cadáver de su sacerdotisa Melisa. Este mito ya contenía el germen sobre rivalidad entre mujeres en el que hemos sido educados, pues Melisa había resultado muerta en manos de otras mujeres que querían conocer los secretos que Deméter le había revelado. Para revertir estas asociaciones de poder femenino, tiranía y rivalidad entre mujeres no basta con darnos cuenta de que existen y denunciarlas: son ideas que tenemos muy arraigadas y que incluso hemos podido ayudar a reproducir. Sin embargo, tomar conciencia de los arquetipos femeninos en que hemos sido educados es un primer gran paso para poder derribarlos. Si las abejas eran alabadas cuando creíamos que eran patriarcales, ¿por qué las denostamos ahora que han dejado de serlo?

Elvira Susin

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