
Los cañones eran el único método
para impulsar a velocidad luz.
Mucha gente entraba en ellos,
sin salir nadie por el mismo,
a pelo,
sin naves anacrónicas ni ascensores orbitales.
En su biografía de Twitter492, un turista entusiasmado
fallecido el milenio pasado,
escribió: “Mirad sus ruinas, grabadlas en 4Dgraphies
y divertid vuestros cálculos eléctricos con la cartelería:
«¡Atención!, no meta la cabeza en el horizonte de sucesos
ni sus continentes no euclidianos.
La tasa media de agonía inmensurable se estima
cercana al millón de pasos evolutivos
(si desea la experiencia, en recepción
pondremos a disposición de su borreguez
la oferta de las aseguradoras).»”
Como en Ozymandias:
Alrededor del declive del ruinoso naufragio,
infinitas y vestidas con exceso,
las solitarias y desequilibradas estepas
se extienden a lo lejos.

Jaime Amann

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