Muchas mujeres comentan
con cierta coquetería
no tenerle miedo a la vejez,
pero nunca la hacen suya
y evitan poner luces junto los espejos.
A mi madre, sin embargo, cada año le gustan más.
El último que se puso en casa
fue uno pequeñito y de aumento
que le regaló mi padre
para que se pueda maquillar
sin ponerse las gafas.
A mí,
aún siendo joven,
me fascinó el invento
y me asomé a su paisaje
con la alegría de quien se asoma al mundo.
La sorpresa fue mayúscula
al descubrir que aquel paisaje de poros
mostraba el rostro que el futuro guardaba para mí
en el rostro de mi madre.
Entonces comprendí de golpe
que ella no hablaba sola en el baño,
como yo creía,
si no con su madre muerta
a través de aquel espejo.
Y me compré uno
pequeñito y de aumento
para no gastar tanto en teléfono.
(Pertenece al poemario “Cordelia se borra del partido”)
Estibaliz San Sebastian
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