La mujer ardilla se lamenta.
Se retuerce los bigotes con la duda y a su mirada, trepa ágil la pregunta.
Intervalo tartamudo de las estroboscópicas, observo su imagen saltar de rama en rama. Instantánea, velocísima.
Me inclino por debajo de su oído, y ligo tres susurros en un grito que es aspirado por la estrepitosa mesa de mezclas. Se distancia. Frunce la piel de la cara en un solo pliegue. Crece en ella el desconcierto.
¿Cómo te explico que soy el hombre rana de esta noche y que mis ojos han escapado de un brinco de sus cuencas para pernoctar en tus manitas de ardilla?
Sé que no me crees. Piensas que soy un embustero que oculta sus intenciones. Me ves rodeado de cuerpos que se zarandean frenéticos y sabes que los he repasado todos; barriendo los ejes verticales y horizontales, siguiendo la línea con el dedo.
Créeme, eres la mujer ardilla más bella en toda esta nave llena de personas ferales. No me interesa la geometría de las cebras, nada me incumbe la lujuria de las panteras y me encuentro ciego a la sensualidad de los delfines. Me interesas tú, ardillita, y tu planeo gracioso sobre la pista de baile.
Shakira batanea nuestros tímpanos como reventón de neumático. Canción descolgada y solar que devora la nocturnidad de la sala. Los depredadores retroceden. Un paso, dos pasos, a salvo en las tinieblas. De pronto se oxigena el espacio y observo tu reacción desaforada. ¿Oportunidad acaso? El ritmo se me figura como un metrónomo de salón (un-dos-tres-cuatro, un-dos-tres-cuatro) y, con más valor que pericia, garabateo el básico de salsa provocando tu risa.
No aflojas. Me doy cuenta. Me presumes. Me celas. Me confundes.
Alrededor conectamos con toda una red sináptica de seres míticos de la noche. Fricción de cuerpos que descargan su impulso. Flujo torpe de energía cinética.
Comienzo a escribir mentalmente un poema redentor.
Aguzo las pupilas, ladeas la cabecita de avispa rebotando entrambas izquierdas mientras eludes elástica apéndices zoomórficos que nos balean a discreción. Contemplo tu figura esbelta; piernas oblongas y nervudas, pecho delgado e imagino un prodigio de cola, batiente y esponjosa, que timonea cada uno de tus movimientos.
Me relajo. Huelgo dulcemente perezoso en mi fantasía.
Remato un par de versos. Suficiente para la primera estrofa.
La cuestión ahora es:
¿Cómo te explico que soy el hombre rana de esta noche y que mis ojos han escapado de sus cuencas de un brinco para pernoctar en tus manitas de ardilla?
Julen Urbina Álvarez
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