Un texto es un poco como un equipo de fútbol. Pon que tus sustantivos son la plantilla, los adjetivos y los adverbios son los técnicos. Los conectores y los pronombres son los fisioterapeutas y la puntuación, los saltos de línea y las mayúsculas son los directivos.
Pon que tu lealtad con tu equipo es incansable, que crees en él, que lo sigues a donde vaya, que tu conexión con tu texto es profunda, inamovible. Perdón, con tu equipo. Pon que tu equipo cambia a casi toda la plantilla. Pon que echan al entrenador porque el equipo está en el descenso. Pon que los directivos se ven involucrados en un caso de corrupción y son obligados a dimitir (esto es ficción, sígueme el rollo). Y sin embargo, tú ahí sigues, con tu bufanda, y tu camiseta y tu abono, porque tu equipo es el mismo, ¿no?
Pues así es un poco el texto. Todo cambia, y mi texto es el mismo, y mi bufanda se envuelve en torno a mi cuello, y pagaría una barbaridad por una camiseta, y bueno, que mi texto es mío, y no ha cambiado, aunque todas sus palabras estrella se hayan ido al PSG, y aunque mis puntos y mis comas están bajo secreto de sumario. Es mío y es el mismo.
Marina Delgado
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