A través de la ventana vislumbro las formas de las nubes y como el cielo gris se cierne sobre todo aquello que alcanza mi vista. Observo como pequeños rayos de sol se cuelan entre los huecos que deja la montaña de nubes que tengo frente a mi. Es un día muy especial para mí pero el cielo está triste. Disfruto de los días nublados, disfruto incluso de los días de lluvia por lo que me siento en paz mientras miro a través de la ventana.
Nunca pensé que un viaje en tren de cinco horas sería tan entretenido. No pude dormir en toda la noche. Los nervios me estaban comiendo el estómago. Sentía millones de hormigas dentro de mí y no paré de dar vueltas en la cama hasta que dos horas antes de que sonara mi alarma pude al fin descansar. Apenas desayuné nada y me dirigí a la estación una hora antes de que saliera mi tren.
Puedo decir que estoy ante el viaje más importante de mi vida. Voy de camino a reencontrarme con la persona que llamo padre. Estoy volviendo a mi pueblo natal, a las afueras del país casi rozando la frontera. Es un pequeño pueblo llamado Kanden. Efímeros recuerdos me invaden cuando pienso en mi niñez y lo que he vivido en ese pueblo. Después de 10 años y tras recibir una carta de mi padre pidiéndome volver al pueblo y poder hablar después de estos años, me armé de valor y cogí el primer tren que coincidía con mis vacaciones. Y ahora aquí estoy, a punto de afrontar todas las realidades y consecuencias que quise dejar atrás el día que abandoné ese pueblo, y por ende, a mi padre.
No recuerdo cuando me quedé dormida pero el sonido del aviso de llegada a mi destino me espabila enseguida. Recojo la pequeña mochila que he escogido para este viaje y decidida bajo del vagón rumbo a la calle principal. En cuanto salgo de la estación mis ojos se abren como platos, el pueblo sigue exactamente igual a como lo recordaba. La salida de la estación da a una larga calle pavimentada, llena de frondosos árboles y arbustos colocados a ambos lados de la calle. Ni siquiera me molesto en buscar a mi padre, sé que no está ahí. Es un hombre tan orgulloso que hasta me sorprendí al recibir aquella carta de su parte.
Avanzo a cámara lenta mientras vislumbro cada mínimo detalle que mis ojos son capaces de percibir. Puedo escuchar el sonido del río que cruza el pueblo desde donde me encuentro. A simple vista este pueblo parece una foto adecuada para una postal. Está teñido de colores verdes y rojizos, la primavera ha dado sus frutos. Grandes cerezos decoran cada milímetro de parques y calles. Una sensación de familiaridad inunda mi pecho a medida que voy avanzando.
La calma dura poco cuando giro la esquina que da a las calles de comercio donde se encuentran ancianos y personas del pueblo paseando o simplemente haciendo compras. Como si me sintieran se van girando hacia mí poco a poco y puedo ver en sus miradas ojos cargados de extrañeza y curiosidad. Me juzgan con la mirada e intento que eso no detenga mi paso. Es justo en este momento cuando recuerdo que aquí nadie es libre, ni siquiera los pájaros que se encuentran posados en los árboles. Sé que incluso ellos se han percatado de lo extraña que soy aquí. Un pensamiento rápido cruza mi mente, quiero volver a huir.
Esta ya no es mi casa, no debería estar aquí.
Acelero el paso y dejo que las miradas de todos queden atrás mientras tomo una calle que me saque de allí. Sé a dónde me dirijo y no es precisamente a la casa de mi padre.
Cuando estoy frente al gran edificio siento una sensación de familiaridad. Ésta crece cuando entro al interior de la biblioteca. Ha sido el único lugar que he extrañado todo este tiempo. Aunque la lectura ha sido algo que siempre me ha acompañado, nada se ha sentido igual que las tardes que pasaba en los sofás de la sala de descanso de la biblioteca, leyendo todos los libros que el tiempo me permitía.
Apenas doy dos pasos escucho una voz a mis espaldas.
—Señorita Mía, ¿eres tú?— pregunta el señor Ford—. Lamentablemente, me he quedado en la tierra por mucho más tiempo de lo que pretendía.
Siempre ha sido un hombre con un humor muy peculiar. Apenas ha cambiado con los años, sigue vistiendo de camisa y corbata y su peculiar bigote roza con sus gafas de botella. Le he echado tanto de menos que verle después de tantos años parece irreal. Instintivamente corro a abrazarlo con lágrimas en los ojos.
—Señor Ford, le he echado mucho de menos. He venido a que me recomiendes una nueva lectura. — intento sonar convincente mientras lo digo pero no resulta así—.
—Ambos sabemos que eso no es cierto señorita Mía. Se han hablado muchas cosas últimamente por el pueblo, pensé que era una habladuría, jamás pensé volver a verla. Desde que te conozco supe que una vez huirías no volverías a este pueblo. Ahora dime qué está ocurriendo realmente.
—Recibí una carta de mi padre. Tras leerla supe que necesitaba volver y hablar con él pero ahora que estoy aquí no me atrevo a ir a casa. — suspiro mientras hablo—.
—Sí, exactamente lo que estaba pensando. — dice Ford mientras muestra una pequeña sonrisa en su rostro–.
—¿Crees que he hecho lo correcto? — pregunto con un nudo en la garganta—.
—Creo que no existe lo correcto. No le debes nada a este pueblo y por mucho que te cueste aceptarlo tampoco a tu padre. Ahora que eres una adulta debes tomar tus propias decisiones. Jamás te arrepientas de nada de lo que hiciste. Tú sabes por qué huiste, y él también. — escucho mientras asiento—.
—¿Crees que pueda quedarme aquí un rato hasta que me sienta más preparada?
—como respuesta Ford me hizo un gesto para que nos sentáramos en uno de los sofás que frecuentaba cuando vivía en el pueblo—.
—Hay algo que no sabes y que seguramente tu padre no te contará por orgullo. Cuando te marchaste, vino casi a diario a la biblioteca. Entraba, me saludaba, cogía un libro y volvía a irse. Así sucesivamente durante años. Cada vez que llegaba le veía recorrer la biblioteca con la mirada como si esperase encontrarte aquí, como si nunca te hubieras ido. — mientras escucho a Ford las lágrimas amenazan con salir— Se volvió una rutina. Nunca le pregunté, no me parecía adecuado. Siempre entraba por esa puerta con una mirada de esperanza pero al irse en sus ojos brillaba la desilusión.
—Siempre he pensado que tendría que haberlo hecho diferente. No debería haberme ido así, sin dar explicaciones. Aunque en el fondo sabía que mi padre lo entendía, ya que al final vivíamos en el mismo pueblo, se merecía una respuesta a todas las preguntas que le habrán surgido todos estos años. Creo que por eso he decidido venir a hablar con él después de estos años. Tengo la esperanza de que no me guarde rencor y de que pueda entenderme. — hablo al borde del llanto—.
—Creo que el haberte enviado esa carta ha sido una demostración de que no te guarda ningún tipo de rencor. Y por tu parte igual, ya que aquí estás, lista para hablar con él.
Después de eso estuvimos hablando lo que para mí fueron horas. Nos pusimos al día con todo lo que había pasado desde que me fui. Sin darme cuenta ya nos estábamos despidiendo. Le había prometido enviarle una carta al mes para que supiese que estaba bien, sabía que mi aparición allí era momentánea y que no venía a quedarme. Además de eso, me regaló un libro que dijo que lo estaba guardando para mí. Es una antigua editorial de uno de mis libros favoritos “Alicia en el País de las Maravillas”.
Estaba ya saliendo por la puerta cuando el señor Ford habló a mis espaldas, con una voz que no pude reconocer.
—Mía… — me llamó y me giré a donde se encontraba el anciano —. No deberías estar aquí. Es la hora, debes despertar. Despiértate. Despierta. Despierta…
Como si de un hechizo se tratase, abrí los ojos para encontrarme en el vagón del tren. Me levanto como si mi asiento ardiera y busco con la mirada algún encargado del tren. A lo lejos diviso a una mujer y un hombre de uniforme hablando entre sí. Corro hacia ellos y por la cara que ponen me queda claro que la mía es un poema.
—¿Se encuentra bien señorita? — habla la mujer —.
—La parada. Kanden. ¿Hemos pasado la parada? — hablo desesperada —.
—Siento como un jarrón de agua fría caía sobre mis hombros. No puedo creerlo. Abandonado.
Vuelvo a mi asiento bajo la mirada de las personas que me habían dado la noticia. Busco entre mis cosas el ticket del tren y descubro que era un ticket de asiento estándar en el tercer vagón. No tiene destino. Con lágrimas en los ojos busco la carta de mi padre, pero, de nuevo, no encuentro nada.
Decido bajarme en la próxima estación y pido un taxi hasta allí. La señora que conduce el taxi me mira con una cara extraña cuando le digo mi destino pero lo ignoro, tengo cosas más importantes en las que pensar en este momento. En cuanto llegamos salgo corriendo después de pagar.
Mis mejillas se llenan de lágrimas y siento que dejo de respirar cuando me percato de lo que se encuentra enfrente de mis ojos. Todo está vacío y sucio. El silencio inunda las calles. Ya no hay colores verdes y rojizos fruto de la primavera. Ahora sólo quedan restos de ramas y hojas tiradas por el suelo. Este pueblo está abandonado.
Corro. Corro como si mi vida dependiera de esta acción. Llego a la biblioteca que ahora se encuentra medio derruida y comida por la humedad. Sólo queda un libro tirado en el suelo. Lo recojo y veo que es un ejemplar de Alicia en el País de las Maravillas. Al abrirlo cae una carta. La leo y puedo reconocer la letra de su interior. Es la letra de mi padre. Es la misma carta que había creído recibir antes de este viaje de locos.
Siento que algo se apaga en mi interior cuando veo que no fue escrita este año. En la fecha puedo ver que fue escrita hace 10 años, exactamente una semana después de que huyese de este pueblo.
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Texto de Zeiane Angulo, mención especial del XXVI certamen de relato corto en modalidad castellano.
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