
Me tomo cinco pastillas para no dormir. Hoy será el día en el que, por fin, aguante toda la noche. Ella me espera, viste de blanco, se asoma a mi ventana. Es mi única cómplice. La conocí de niño, cuando me ocultaba debajo de las sábanas por miedo a la oscuridad.
Las pastillas me secan la lengua y me queman los ojos. Acabo mi taza de café y tiro otro papel a la basura. Trato de escribir un poema que hable de ella, que abarque su brillo casi por completo, casi tanto como lo abarca el mar. Me hiere su belleza. Tantos rituales a su nombre, muertes bajo su luz, hombres llorando su ausencia al amanecer. Sólo soy un espectador más en la vasta oscuridad que ella ilumina.
La observo en silencio, con los ojos enrojecidos, desde mi telescopio. Como un amante obsesionado con un viejo amor que la pasión poco a poco consume. Quiero atraparla, quiero que entre por la ventana, tocarla. He visto fotos y vídeos de hombres que dicen haber llegado hasta ella, haber mancillado su cuerpo con banderas. Pero yo sé que mienten, que tu piel no es rocosa ni gris. Te conozco, sé que te maquillas con el polvo de los astros. Te gusta ser coqueta, deseable, brillante.
De pequeño me perseguía, mi inocencia la cautivaba. Desde mi coche la observaba seguirme, jugar a las carreras, pero ahora que he crecido, ignora mi sufrimiento. Lloro como un niño desconsolado cuando las nubes tapan su fulgor, cuando se esconde de mi mirada.
Ya no son las pastillas lo que me mantiene despierto, es una devoción absurda que me arrastra sin piedad. Mi único oponente digno es el mar, que busca su caricia y, en su desesperación, se retuerce y choca contra las rocas, queriendo llamar su atención, incapaz de comprender su rechazo.
Cada noche me enfrento a ella, como un gladiador tratando de domar una bestia, como un bufón enamorado de la reina. Lucho en vano, somos mis drogas y mi café contra ti, mi locura contra tu calma, mi lámpara de noche contra tus estrellas. Sin embargo, persisto, porque en tu luz, aunque cruel y fría, encuentro una razón para seguir mirando al cielo.
Nunca fui seguidor de ninguna religión, nunca creí que hubiese un ser que observase nuestra miseria desde arriba. Nunca hubo ningún dios al que rezar, porque te conocí primero.
Eva Menacho Manzano
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