2021/03/07 Lunes, 19.30h: Santa Ana de Bolueta se despereza tras una corta siesta, y habiéndola abandonado el tráfico habitual de furgones y curritos, comienza a llenarse de hombres calvos, barbudos y sensibles que visten pantalones de pitillo. Es la revolución de IDLES: hay un lugar para cantar y celebrar dentro de cada uno de nosotros; la diversidad es un regalo y hay que abrazarla hasta que explote.
Me acerco tarde, me pierdo a las dos primeras bandas. Como músico, soy un auténtico hipócrita en lo que a teloneros se refiere: si cuando en el escenario defiendo la integridad del cartel, cuando en la pista apuro las cervezas en la calle antes de entrar, llueva o truene. Tal vez sean cosas de la edad: en esta misma sala Santana27 disfruté en 2010 de unos Blackout desatados abriendo para Limp Bizkit. Hagan la cuenta y deduzcan.
Multitud de músicos aguardan a las puertas de la nave reconvertida en sala de conciertos y club nocturno a que los titulares de la gira se suban al escenario. Éste es el escenario soñado: giras en autobús, grandes montajes, pipas para que te cambien el instrumento. Todos observamos con atención lo que los colegas británicos venden: auténtica profesionalidad. Miembros de Otoi, MICE, Lukiek o Revolta Permanent caminan entre el público, bastante variado salvo por la presencia abrumadora de tipos que cumplen con el estereotipo presentado anteriormente. Todos expectantes, observando una batería que se cierne amenazadora sobre el resto del escenario, sangrando luz roja. Los músicos suben y el ritual echa a andar.
IDLES son conocidos por su espíritu hooliganesco, así como por unas letras que narran la deconstrucción de su frontman, Joe Talbot, de una forma honesta pero con matices que otorgan a las contradicciones propias del hombre nuevos escenarios en los que reflejarse. Ambas características montan sobre una personalidad única dentro del noise, robusta y ruidista, que cabalga impune sobre el rostro del público y nos aplasta de forma convincente, aunque con el volumen algo capado (una vez más, costumbre propia de los que habitan más allá del Golfo).
Así es que las canciones con más músculo destacan de forma clara en el set list; el martillo pilón de Grounds, Divide and Conquer o The Wheel machaca nuestros estómagos (con un bombo tapado lamentablemente por sus propios subgraves), y se ven también beneficiadas otras como War o Never fight a man with a perm, que fue probablemente el punto álgido de la noche a mitad de set list. Le siguió The Beachland Ballroom, una suerte de acercamiento a la balada soul desde su sensibilidad única, que les queda de maravilla. No les termina de cuajar el mismo gimmick cuando lo intentan de nuevo con MTT 42 RR. Los temas punkis, protagonistas del último concierto en que les vi (Bilbao BBK Live 2019, el último que se celebró antes de la pandemia) quedan en un segundo plano, destacando tal vez Mother –que invito a todos los lectores de La Espiral a escuchar y sobre todo, leer– Crawl (I’M AAALLLRIIIIIGHHHT), y Television.
El asunto fue desinflándose poco a poco con el final apoteósico formado por I’m Scum y la archiconocida Danny Nedelko, cuando el lunes nos pilló entre despedidas sentidas de Joe Talbot, comunicativo y agradecido pero algo rígido y nos mandó de una patada a la calle. Mención aparte para Wizz, que cumplió la función del You suffer de Napalm Death, y nos pilló a todos por sorpresa.
Entre fumadores encostrados en el polígono que en pocas horas volvería a acoger a sus parroquianos habituales, el consenso fue poco. Si acaso, algunos sentimos por primera vez en mucho tiempo que los conciertos ya no dependen tanto de las medidas de seguridad que lo envuelven, sino de good old-fashioned fun. Así debería ser, y ¿qué mejor banda para recordárnoslo?
Jokin Erkoreka
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