Una historia triste, el intento de una alegre. Una frase de una canción, una metáfora directa. Una lágrima, un texto escrito.
Un día, una gata se preguntó qué la distinguía de otros gatos. Una cosa era segura para esta, las heridas sanan. No porque le hubiesen herido antes, al menos que ella recuerde, sino porque ya había arañado a su dueño y al día siguiente sus muñecas estaban como nuevas.
Un día ocurrió un desastre. Tiró por error la taza que su dueño siempre utilizaba por las mañanas. Intentó esconderse antes de que apareciese su amo y le hiciese algo, pero en vano. Aunque, para su sorpresa, la rápida mano de su amo no la golpeó, sino que la acarició con preocupación. Como a un bebé la tomó en brazos y la puso sobre la mesa, donde comenzó a dejar los pedazos más grandes de la taza.
Uno a uno, el hombre pegó los pedazos, y cuando terminó, puso un polvo dorado sobre las cicatrices.
—¿Ves? Como nuevo, el kintsugi se utiliza para embellecer las heridas de algo, demostrando que ahora es algo nuevo y único, como los baches de la vida misma. —El hombre comenzó a reír—. Pero bueno, ya sabes lo que dicen, ¿no? Hay que enorgullecerse de ellas.
El hombre se giró y caminó hacia el baño. La gata lo siguió. El chico se lavaba las manos, quitándose pegamento y polvo dorado de sus dedos. La gata se acercó al lavabo, dejando ver en el espejo un par de figuras de porcelana con remates dorados, una de un hombre, y otra de una gata.
Leave a Reply