Estaba el señor pastor un jueves por la tarde caminando por la grava, rodeado una vez más de pabellones industriales. Si primero se hizo rara la vuelta a las salas, ahora es la frecuencia creciente del peregrinaje musiquero. Se me atraganta el empeño con que la normalidad busca imponerse de nuevo, como una costra sucia que, paradójicamente, retrasa y dificulta la cicatrización de la herida. Pero no voy a quejarme si puedo volver a apretarme con gente en las entradas, pagar de más por las bebidas e irme a la cama con cierto bliss encima. He dicho.
En este caso, los sospechosos habituales son La M.O.D.A.. Suelo ser reticente a lucir esta clase de medallas de originalidad, pero fui uno de los que se engancharon enseguida a su propuesta cuando ‘Gasolina’ salió en 2012, y aguardé impaciente la ocasión de verles en directo. En esa época escuchaba mucho a Frank Turner, y la idea de cruzar la canción de autor punk de éste, los elementos celtas más reconocibles en cierta banda bostoniana, y la energía y sinceridad de la música de calle me resultaba excitante. Si no me equivoco, fue como teloneros de Frank que vi a La M.O.D.A. por primera vez, en enero de 2014; fecha disputada con una aparición que hicieron en fiestas de Durango junto a Dinero, que no recuerdo si fue anterior. Han seguido muchas otras, prácticamente en las giras de cada disco e incluyendo una excursión a Valdivielso para verles tocar sin electricidad, con todo el pueblo meciéndose y cantando, en aquella gira de la España vaciada.
‘Un lunes’ abre el telón, aunque nosotros nos situamos atrás y no llegamos a verlo al pedir la primera ronda. La sala parece algo más vacía que lo habitual cuando se trata de los burgaleses, tal vez por el sold out que tienen previsto al día siguiente. Un gusto, comparado con las agobiantes aglomeraciones sufridas cuando tocaron en Aste Nagusia 2019. Las canciones se suceden unas a otras con naturalidad, la gente canta a pulmón las intrincadas letras de David Ruiz, y todo parece un concierto de La M.O.D.A.. Nada nuevo bajo el sol: la banda no cuenta con un espectáculo abrumador ni personalidades fogosas, atrapa a través de las canciones.
Cabe mencionar aquí, quizá, que la práctica consecución de ‘Vasos vacíos’, ‘La vieja banda’ y ‘PRMVR’ (en la que, como viene siendo habitual, el público llenó el hueco de Gorka Urbizu) poco después del inicio me lleva a barruntar lo poco que los conciertos de La M.O.D.A. han variado desde sus inicios en forma y modo, a salvo de una instrumentación más rica, una iluminación algo más cuidada y un empaque que sólo dan centenares de conciertos a tus espaldas. El elemento musical novedoso se diluye rápidamente: a pesar de que en su avanzar discográfico introducen constantemente elementos variados (electrónica, rapeos, y la lenta pero segura aparición de guitarras eléctricas, al inicio proscritas por la naturaleza callejera del grupo, pero que dotan de espíritu rock a todo lo que hacen), el mensaje nuclear de que la moda es un tipo con voz rota, guitarra acústica y tatus vistosos cala profundo.
Entonces, ¿qué justifica que, habiendo alcanzado cierto estatus de realeza en la escena indie-rock española hace ya tiempo, se mantengan de forma constante ahí arriba? ¿Llenando salas y arenas? ¿Convocados incesantemente a toda clase de festival, sea kalimotxero o gourmet? ¿Siendo considerados por artistas de diversa procedencia y calando en escenas muy dispares? Cuando, algo después, de pronto se suceden ‘No canto yo’, ‘Canción de cuna’, ‘Mes de mayo’ (todas de su último Nuevo Cancionero Burgalés, que presentaban hoy) y después ‘Banderas sin color’, ‘Colectivo nostalgia’ (tal vez una de sus mejores canciones) e ‘Himno nacional’ (todas de Ninguna ola, su álbum pandémico e inmediatamente anterior), la ecuación se despeja sola.
Son las canciones.
No hay banda que se sostenga en el tiempo únicamente con una fórmula sónica atractiva, que siempre acaba perdiendo vigencia e importancia rápidamente a ojos del público. Es la conexión primaria con el mensaje lo que nos une para siempre a David y por extensión al resto de la banda, y prácticamente también a la ciudad de Burgos. Aquí es donde relucen más y mejor las influencias de Johnny Cash, Tom Petty o Leonard Cohen en esta banda: en la composición como método para permanecer.
Esto, unido a una ética de trabajo impecable y la honestidad que reviste cada una de sus acciones, hace que sea difícil imaginar un futuro inmediato en el que no esté La Maravillosa Orquesta del Alcohol, que ya son, de muchas maneras y merecidamente, auténtico folklore. Así es que mi pareja, estadounidense con un conocimiento del castellano escarpado y peleón, deja escapar una lagrimilla en ‘Hay un fuego’ y baila como una posesa al final del encore con ‘Héroes del sábado’ y ‘Mañana voy a Burgos’. Mañana yo no, mañana voy a currar. Pero me levantaré tarde y con una sonrisa, aunque sea por los árboles.
Jokin Erkoreka
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