Cuando muere un escritor de la talla de Umberto Eco uno tiene la sensación de estar obligado a elegir una obra favorita, igual que cuando tus padres te decían que acumulabas demasiados juguetes y te exigían elegir cuál iba a salvarse de la criba.
Afortunadamente, la obra perdurará a su vida, a su fatalidad cósmica, a su mortalidad. Recuerdo uno de los últimos artículos que escribió Oliver Sacks antes de morir. Hablaba de la tabla periódica, recordaba su vida a través de los elementos inorgánicos y los metales olvidados. “En el otro extremo de mi mesa —de mi tabla periódica— tengo un bonito trozo de berilio (elemento 4) elaborado mecánicamente para que me recuerde mi infancia y lo mucho que hace que empezó mi vida próxima a acabar”.
La cronología de Umberto Eco también ha terminado y yo no consigo desprenderme de la necesidad de elegir una obra para releer. Pienso en aquellos primeros ensayos sobre el cómic, apocalípticos, integrados, de una erudición y un éxtasis intelectual apabullantes, o en su bestseller, que incomodó a todos aquellos que preferían guardarse la cultura para una pequeña minoría. Rebusco entre alguna obra de la que no conseguí disfrutar y oscilo hacia esa que me atrajo pero con la que no me atreví a empezar. Me sumerjo en aquel atlas que compuso sobre las tierras y los lugares que nunca existieron.
Quizá, de entre todos los elementos de la tabla periódica, de entre todos los libros y escritos, me quede con sus gemelos literarios “Historia de la belleza” e “Historia de la fealdad”. No será su mejor literatura, tampoco su ensayo más profundo, pero esos tomos de tapa dura, de hojas satinadas y gustosas, de bellezas podridas y bellezas puras, a mí me arrastran a mundos inexplorados, emocionantes.
Qué delicada debía ser la mente de Umberto Eco, ¿verdad?, ¡qué rebosante de curiosidad!
Martín Ibarrola
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inigo larroque dice
Su “Historia de la belleza” y su “Historia de la fealdad”. Libros que he abierto, he ojeado con mucha curiosidad.
Tal vez algún día me haga con ellos. Para estar más cerca de mi pasado ( la de veces que he pensado en comprármelos), de Eco y de ti.
Y gracias por tus reflejos de buen periodista.