He pasado tanto tiempo entre maletas y aeropuertos que ya no sé quién soy; si soy este montón de dudas y miedos aprisionados contra el pecho de quien escribe de madrugada o la personificación de una pretendida independencia que transita calles empedradas lejanas. El aquí se ha vuelto ahora confuso y se mimetiza con contextos tan dispares de manera tal, que me hace perder el punto de referencia. Soy dos mitades contradictorias en busca de comprensión mutua que juegan a encriptarse y desencriptarse de manera periódica, haciendo germinar una incomprensión que se hace ostensible al resto de la vida. Esta dicotomía, cuya línea divisoria abarca miles de kilómetros de distancia, permite la cohabitación de esas dos versiones tan distintas de mí misma que pugnan sin éxito por la hegemonía.
Por su parte, el cuerpo se deja llevar en compartimentos estancos convertidos en realidades paralelas. Huele a mar y entre momentos de sexo se le escapan te quieros hipnóticos. Las fantasías se consuman y dos se funden en un nosotros momentáneo que no desea salir por la puerta. Sin embargo, al franquear el marco, la lluvia diluye sin piedad lo vivido y sin presentar alternativa alguna invita a empezar de cero. Y así, todo lo que en mi DNI se concreta en un número se pregunta a dónde pertenece y cuánto tiene de verdad. Se reinterpreta en binario y se da cuenta de que está compuesto de muchos más ceros que de unos; de vacíos y de lanzas contra el miedo. Huye de las fotos y pasa de refilón frente a los espejos. No sabe quién es. No sé quién soy.
Marta Lázaro Soler
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