Leopoldo María Panero
Como las aguas antiguas de los océanos
caían a un abismo sin fondo,
alguien se tira de la vida
desde los bordes de sus páginas.
Ninguna llave regula el paso
de las águilas y en la boca
de las cañerías se intoxican
leones crespos.
Nadie mejor que él llamaría
al candor rata
y a las alas de los poetas
columbarios.
Con la desmesura de quien
no ha pactado con el veneno,
en el borde de la mandíbula
un diente escribe obscenidades,
en la tapa del ataúd o en el humo
cinerario donde ladran versos cancerberos
sin pagar el peaje.
Arthur Rimbaud
En los campos veía volar guadañas.
En lo alto de los muros cristales largos
invitaban a las manos al riesgo de los otros lados.
Anduvo por terrenos fuera de poblados,
descubierto, expuesto a los vientos,
en el campo se recogía a cubierto
en los montes y en las zanjas.
Como los tallos de algunas flores
se tendía en el suelo horizonte
y en su camino había bosques claros
donde contemplaba la semilla de sus zapatos.
Siempre huía de Charleville.
Silvestre, espontáneo, dejó crecer
los lirios hediondos a su paso.
Otros buscaban la medida de los versos,
la embarcación en arena quebrando su movimiento.
Rimbaud siempre se alejó.
Las nubes le pusieron la corona.
Félix Martínez Aristín
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- Sin óbolo en la boca del muerto - 6 diciembre, 2016
Soledad Domínguez dice
Hoy viernes, sé que no es un viernes cualquiera. Espero que todo salga tan bien como estos poemas. Un placer pensar en lo que tú has pensado. Hermosas semblanzas. Un abrazo.