Parte 2: Una semana antes: La disputa
Capítulo 4
Comienza el invierno, todo indicio de vida natural ha dejado de exhibirse. Un aire glacial emerge de las profundidades de la montaña trayendo consigo nubes que auguran una funesta época de nieve. El sol comienza a caer y con él los resquicios del último calor otoñal.
Este insulso frío ha acabado con la prosperidad primaveral de caza. Los días se hacen largos entre la espesura boscosa. Ya no hay género y hoy, otro día más, vuelvo a casa con las manos vacías y sin nada que poder llevarnos a la boca, salvo media barra de pan, comprada con las casi últimas monedas que nos quedan.
-Hola, ya estoy aquí.- digo al cruzar la puerta.
-¡Hola mi amor! – responde Ailén, viniendo hacia mí pletórica, alegre y besándome apasionadamente- ¿Qué tal me ves? – pregunta con una amplia sonrisa mientras rodea su cuerpo con ambas manos. Me muestra un bellísimo vestido de seda blanca, que se amolda a la perfección a cada curva de su hermoso cuerpo.
-Preciosa, pero… ¿De dónde lo has sacado?
-Un caprichito, es la última moda en la ciudad- responde detrás de una sonrisa pícara al contonearse por toda la habitación haciendo volar la tela a cada paso.
-¿Un caprichito? – Noto como la rabia comienza a recorrer mis entrañas corroyéndome por dentro– ¿Un caprichito, en serio? ¿Te has gastado todo lo que nos quedaba en eso? Joder Ailén, me paso el día ahí afuera congelándome para no cazar una mísera pieza, y tú, ¿te dedicas a gastarte lo último que tenemos en un absurdo vestido?
– ¡No! ¡Es un regalo!
-¿Un regalo? ¿De quién? ¿No será del ricachón del herrero, no? ¡Qué mucho coqueteo tenéis los dos cuando vas por ahí!– Me enervo a niveles nunca alcanzados- ¡Es de él, lo sé! Tenía mis sospechas; pero esto me lo confirma todo–. Por mi mente comienzan a pasar imágenes de la traición a una velocidad vertiginosa, intento calmarme, apoyando mis manos sobre la chimenea.
-¡No! Ha sido mi hermana, me ha escrito. Las cosas empiezan a irle bien en la ciudad y me lo ha mandado– me dice ella tocándome por detrás. Sin embargo, mi imaginación ha tomado el poder, declarando su dictadura como única versión de lo acontecido. Ya no escucho ni atiendo a ningún tipo de razón. Me invade la ira, los celos, la locura.
-¡Mientes!- grito, tomando el candelabro que sobre la repisa se ubicaba. Ya no soy yo mismo, la furia me domina. Me giro rápidamente, y le asesto un golpe en la cabeza. Ella cae sobre la butaca. Yo tiro el candelabro. Despierto de ese letargo infernal, siendo consciente de lo que acabo de hacer. Jamás me imaginé capaz de agredirla. Me arrodillo, la toco, la acaricio, la beso. Ella, con los ojos cerrados, no se mueve, no responde, no respira.
–¡Ailén! ¡No! Yo te quiero, lo siento mi amor, ¡despierta!
Comienzo a ahogarme, la culpa, la desazón, la agonía de una vida en su ausencia me asedian. Me levanto y corro hacia la puerta. Salgo de casa, comienza a nevar. Me asfixio, empiezo a correr bosque a través, la noche ya es oscura, corro y corro sin saber muy bien a dónde, empiezo a verla a ella detrás de cada árbol, sigo corriendo.
De repente, paro -¿por qué corro? ¿qué hago aquí?- me digo a mí mismo. Mi mente, en blanco; no recuerdo nada, he olvidado la razón por la que huía. Sin embargo, sí soy capaz de recordar la agonía criminal que esa razón me provocaba. Ya no hay nada de eso, solo serenidad. La ignorancia me agrada. Vuelvo a casa, atravieso la puerta y ahí está ella sentada en la roída butaca.
-Lo siento, mi amor, no debía haberte gritado así. Entenderé que estés enfadada– No hay respuesta, solo silencio.
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- Mírame a los ojos - 23 octubre, 2014
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