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La Espiral

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Antonioni

30 abril, 2021 by Emilio Frías Dejar un comentario

Foto: dominio público

Ferrara, 1921–2007

“Visión de silencio. Esquina vacía. Páginas sin palabras. Una carta escrita sobre un rostro y vapor, inútil ventana por donde no se puede ver.”
Caetano Veloso

Nosotros, los ciudadanos de a pie, en los años de la movida europea entrábamos a los cines, esperando en colas repletas de gente que quería salir del ostracismo de la España Una, Grande Y Libre que gritaba desaforadamente el Generalísimo, comentando si éramos más de Fellini o de Antonioni. El uno por el otro tenían una admiración intensa; sus carreras fueron paralelas. Italia había dado de lado al cine de “Los teléfonos blancos” de directores como Basetti, Lattuada o Comencini. Ambos venían del neorrealismo: uno había dirigido Il vitelloni (Los inútiles, 1953) y el otro I vinti (1953). Los dos tuvieron sus musas: Fellini a Giulietta y a Sandra Milo; Antonioni a Lucía Bosé y a Mónica Vitti.

Se le bautizó como el creador del nuevo cine, y eso lo notamos en nuestro cuerpo y mente todos los espectadores que nos buscábamos en el existencialismo de los años sesenta, donde en Italia y después del fascismo se leía a Alberto Morabia; se veían los cuadros de De Chirico; y en la radio se escuchaban las canciones de la “Mala” Ornella Vanoni. En San Remo se escuchaban canciones románticas y de protesta como las de Luigi Tenco. Los obreros y los empleados salían de vacaciones en los Simca 1000 a playas como la de Rimini, o se acercaban en cambio a las montaña Dolomitas. 

Yo tenía 20 años magníficos, y veía todos los estrenos los sábados a las 7:30 en cines de Arte y Ensayo donde todos nos conocíamos y intercambiamos filias y fobias sobre directores, actores y actrices, que producían en los cinéfilos ganas interminables de que la semana pasara deprisa, muy deprisa, para que llegase el próximo sábado y poder desangrarnos en las butacas con heridas abiertas por películas como Picnic (Josh Logan, 1955) o El mensajero (Joseph Losey, 1971). El gran Ingmar Berman, que por esa época rodaba Los comulgantes, se declaró un admirador del italiano. Curiosamente, sus vidas se entrelazaron en el año 1995 en Cannes, donde ambos recibieron premios honoríficos a la totalidad de sus carreras; y después, fatídicamente, de nuevo en el año 2007, cuando el 30 de julio murieron los dos.

Antonioni dijo de su cine: “Yo no hago cine para el público en general; no quiero dinero, ni fama. Solo quiero que las gentes que se sientan en los cines y siguen mis películas encuentren emociones sinceras, solo me interesan las historias sinceras, importantes sobre el individuo y sus nueras”.

Él venía de hacer Las Amigas (Le amiche, 1955); había creado una brecha en el panorama cinematográfico y rueda en cinco años su tetralogía de la incomunicación y el vacío de las personas. Eso experimentamos todos después de sus estrenos: ya nadie era como antes, ya nadie tenía el amigo maravilloso ni el matrimonio perfecto; las creencias se tambaleaban en noches insomnes y días llenos de sentimientos de culpabilidad, y veíamos las ciudades donde vivíamos como sitios hostiles donde todo el mundo restregaba a todo el mundo sus riquezas y deseos. 

Los guiones de Tonino Guerra en Antonioni, y los de Tullio Pinelli en Fellini nos dieron películas extraordinarias, que después de 60 años siguen inquietando a jóvenes que quieren sentir más cerca de la garganta lo que se pudre en los estómagos. Olvidarse de las plataformas de streaming y acurrucarse en sofás de chenilla con café y galletas Maria, llorar con los finales descarnados, los fundidos en blanco y negro envueltos en sinfonías de Giovanni Fusco, y soñar con sus musas o sus actores fetiche como Alain Delon o Gabriele Ferzetti.

Miradas inquietantes de actrices míticas encuadradas en blanco y negro, con diálogos calculados con su métrica particular, fotografiadas por Gianni di Venanzo o de Aldo Scabarda: sentimos que aquellas mujeres que vimos en el cine de Antonioni eran iguales a nuestras hermanas, tías y primas, con los mismos problemas escondidos en palacios de marfil que se derrumbaban ante situaciones de desamor, infidelidades y depresiones. 

¿Que hay que ver estos seis filmes? Claro; resultan imprescindibles para poder vivir con el conocimiento de uno mismo, que en el s.XXI  se desfigura habitualmente entre brumas de soledad, incomprensión y silencio. El cine de Antonioni, según sus palabras, se fundamenta en el odio a los mecanismos artificiales, convencionales; la vida tiene un ritmo diferente, y sus películas están llenas de historias de sentimientos, sentidos y la necesidad de vivir las angustias al tiempo, a su tiempo.  En la película La noche (La notte, 1961), Jean Moreau se pronuncia: “Esta noche quisiera solo morir para que termine esta angustia; al menos, para que empezara algo nuevo”. “Tal vez nada”, le contesta Mónica Vitti. 

El cine posneorrealista, más cercano a las generaciones que crecimos en los 50 y 60 y en base a cuyos personajes moldeamos nuestras personalidades y caracteres, nos acercó a ser más inteligentes, con miradas más críticas hacía las injusticias y las desigualdades. a estas personas, este ciene nos dará siempre un poso de confianza; y nos mantendrá convencidos, por supuesto, de que todo tiempo pasado fue mejor.

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Emilio Frías

Emilio Frías

Yo nací un día 13 de Octubre de 1950; un día muy mojado y muy aburrido, en un Bilbao muy sucio y feo, en una casa frente al Ayuntamiento. Fui a la escuela de Indauchu y luego al Instituto de enseñanza media en la calle Licenciado Pozas. Estudié dos años para aparejador y decorador en el IAD. Desde los 19 hasta los 59 trabajé en el mundo del textil. En el año 2008 me licencié en Coaching Psicologico por la ICF y desde hace diez años regento un consultorio de terapia y doy clases de Inteligencia Emocional. Escribo desde hace siete años. Publiqué un ensayo sobre Clarice Lispector (sí, chica). Soy Libra, ascendente Leo. Soltero, vivo en Bilbao.
Emilio Frías

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