

Es viernes, voy a ir al cine, eso en mi se sabe desde que me levanto, y delante del desayuno miro la cartelera de estrenos del viernes, luego los nervios de decidir cuál, el corazón se acelera. Luego viene la duda entre a sesión de las cinco o la de las ocho, la de la noche nunca. El sentarse en la butaca y apagarse las luces es un sentimiento de comunión contigo mismo. Ya estoy decidido, me he vestido, afeitado y me he dicho ante el espejo ¡Qué viejo estás Emilio! Tiemblo cuando me seco la cara y me río cuando me esparzo la colonia.
Los cinéfilos que lean esta crónica saben de qué hablo, el cine, para mí y para ellos, es como el llorar, el reír y el amar: una experiencia emocional. Después, en la calle de nuevo, con pasos silenciosos, alargados, envueltos de nostalgias perdidas y de sensaciones por llegar al entendimiento de lo que he visto. Los ojos con los que se ven las películas siempre son distintos, más sagaces, inteligentes y verdes en el caso mío, pensaremos y nos diremos vendrán más viernes, leer críticas en periódicos y recomendaciones de apasionados como tú.
Para los cinéfilos futuros, como todo en la vida: educación cinematográfica, como la urbanidad, la racionalidad y la cultura. El acto de ir al cine tiene ramas de acción diversas. Acompañado de pareja, de familia bien avenida, de amigos, comenta la señal que has recibido, la emoción que te ha embargado o la desilusión inmensa, pues esperabas más.
Empecemos por los años sesenta en los que yo tenía diez años, ya iba al cine con mi hermana, con mis padres los miércoles a la noche, una excitación extrema y luego sueños húmedos, los 14 soñando con Claudia Cardinale, Ursula Andress o Giana Maria Canale.
A los 18, en el Mayo francés y con la censura franquista encima, tuvimos que esperar hasta los 70 para ver los títulos que os voy a recomendar, vistos en las famosas salas de Arte y Ensayo por todas las ciudades del Estado Español, allí dentro, en aquellas salas pequeñas, tuvimos nuestro aprendizaje cinematográfico, oímos hablar idiomas Europeos, nos encontramos más altos, más listos y más con nuestra identidad masacrada por la dictadura. El país gris, todo gris y más gris tirando a negro, convirtió los sueños al color el cinemascope de Los diez mandamientos, Ben Hur y Cleopatra, finalmente todos silbamos el comienzo de West Side Story y caímos en las redes de Bárbarella de Roger Vadim en 1975.
Unas recomendaciones para abrir boca, entrañas y ganas de gritar ahora sé quién soy después de saber quien no era, ved todas estas maravillas antes del atracón de Festivales de Cine San Sebastián, Valladolid, Málaga:
Del cine social, político y emocional Italiano ver de Antonioni (1912-2007): La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse (1962), El desierto rojo (1964). Todas están en Filmin. Las cuatro son imprescindibles para la supervivencia. Cine emocional envuelto en música maravillosa de Nino Rotta y con la inigualable Mónica Vitti Hoy en día coge el testigo Sorrentino en películas como La Gran Belleza o La juventud. Nos vamos a Inglaterra y nace en esa época el Free Cinema con las esenciales Sábado noche domingo mañana de Karl Reisz en 1960. Llegó en ese momento a Gran Bretaña huyendo del macartismo el director americano Joseph Losey (Eva, 1962; El sirviente, 1963; Accidente, 1967).
Descubriréis al inigualable Dirk Bogarde (1921-1999), imprescindible para entender a los ingleses. Coge el testigo estos años en cine social Kent Loach con Lloviendo Piedras (1993), que gana en Cannes, o la impresionante Tierra y Libertad del 95.
Vamos a descubrir que en aquellos años, con los movimientos estudiantiles y las grandes ayudas al cine por parte del gobierno de André Malraux, en Francia se crea la Nouvelle Vague, llena de caras como las de Anna Karina, Emmanuelle Riva o Marie Laforet en films como Hiroshima mon amor de Alan Resnais (1959), Los cuatrocientos golpes de Truffaut (1960), Al final de la escapada de Jean Luc Godard (1960) o Cleo de 5 a 7 de Agnes Varía (1960). Imprescindibles para conocer París y en estos años de ahora, de crisis, desilusión, en los países de los que hablo siempre hay directores que han mamado de aquellas ubres como Yvan Attal, Leos Carax o Patrick Chereau.
Y llegamos a la Piel de Toro y después del neorrealismo de Berlanga, Ferreri, J. A. Nieves Conde y Mario Camus, allí, en aquellas películas incomprendidas por otros países, que se consumían aquí solamente con tanta dignidad como el neorrealismo Italiano y que descubrimos a actores tan importantes como Maria Asquerino , Alberto Closas o Aurora Bautista en películas en blanco y negro con fotografía de F. Aguayo, Nestor Almendros o José Luis Alcaide.
Los españolitos disfrutamos con Viridiana (Buñuel, 1961), Nunca pasa nada (Bardem, 1962), La Busca (Fons, 1963), La tía Tula (Picazo, 1964), La caza (Saura, 1965), imprescindibles para seguir llorando por España y comer tortilla de patata en el “Marvelus”.
Con esto y un bizcocho hasta mañana a las ocho. Puede que haya unos cuantos desaprensivos que sugieran que ir al cine está demodé, hay que correr, sacar una entrada sin mirar a qué película entrar dentro de la sala, encontrarás además de la oscuridad miles de escenas, diálogos, situaciones emociones que no te dan las miles de cosas que circundan las no realidades, el vacío existencial solo se llena con sesiones de psicoanálisis y sesiones de cine y cuando te digas “ya no tengo nada más que ver” siempre, pero siempre, te queda una sala oscura, una butaca mullida y los títulos de crédito al final de una peli. Como odio esa palabra, el cine no son pelis, sino ratos en la vida que nunca volverás a tener.
Ver a la Magnanni o la Messina, la Moreau o la Silvana Mangano te lleva a un lugar donde nunca has estado y ver a James Bond decir mi nombre es Bond, James Bond, te hace correr por el mundo hasta donde esté el casting para la nueva chica Bond.

Emilio Frías

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- Cine cine cine cine por favor - 26 marzo, 2021
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