Yo he venido aquí a hablar de los ascensores. Los ascensores son un poco como tranvías en vertical. Por otro lado, los tranvías son un poco como trenes ecologistas, con bolsas de tela y botellas de metal, ¿sabes? Los Greta Thunberg del transporte público. Los trenes me gustan, son futuristas, un poco mágicos, una cápsula sobre dos vías que se mueve a trescientos kilómetros por hora. Son un poco como los buses, pero los buses son más pequeños, y no tienen mesita, y no te dan auriculares para que veas una peli de 2008. Los buses son, por supuesto, más prácticos para llegar a las fiestas del pueblo en verano, pero menos fiables. Fallan casi tanto como los aviones, pero los aviones son más caros, y te hacen tirar el agua de tu botella de metal, y miran la marca de tu ropa interior con rayos X, y tienes que estar con dos horas de antelación. Pero claro, no se puede viajar a Japón en autobús, es más complicado.
Los aviones son bastante futuristas también, más en práctica que en teoría. En teoría los trenes son más como de Star Wars, pero si hurgas un poco resulta que un Boeing 737, que por lo que dice Google es uno de los aviones más usados del mundo, pesa como cuarenta toneladas sin pasajeros, lo que me hace pensar que la Estrella de la Muerte, con todos sus pasajeros, robots y soldados clon, y el peso añadido del ego de Darth Vader debe estar bastante por encima. Solo es una reflexión, yo no sé de física.
Yo estaba hablando de los ascensores. Los ascensores son, de todos los receptáculos que se mueven horizontal, vertical o diagonalmente por el mundo, los menos futuristas. Lo sé porque yo hice un ascensor de madera en pretecnología, y no me pareció que fuera una cosa que sobreviviría el paso del tiempo. Sin embargo, los ascensores sobreviven. Y creo, sin ningún ápice de duda, que se debe a que son, de todos los receptáculos que se mueven horizontal, vertical o diagonalmente por el mundo, el mejor en términos de herramientas que hacen avanzar la trama.
Los ascensores son bastante pequeños, lo que da juego a la hora de pegar a dos personajes que no se quieren. También son privados, lo que permite escenas de sexo desenfrenado cortas pero eficaces. Los viajes que se hacen en ellos son breves, y dan lugar a esa escena que tanto nos gusta de calma antes de la tormenta. Se atascan poco en la vida real, pero mucho en la ficción, lo que propicia conversaciones que destapan los traumas de infancia de los personajes que son imprescindibles para la continuación de la historia pero que, sinceramente, el autor no sabía cómo contarte. Y además, su apertura y cierre son tremendamente dramáticos, con las puertas que se mueven lentamente y con un sonidito de campana, que es algo que gusta mucho cuando hay un enemigo corriendo hacia ellas y nuestro héroe está dentro, presionando el botón de cierre de puertas con tanta fuerza como para hacerle un agujero; o cuando los personajes pensaban que se habían salvado de un tiroteo y la puerta se abre y les está apuntando una pistola.
Así pues, reitero mi opinión, controversial, seguramente, pero que he demostrado de modo claro y distinto con mis ejemplos. Los ascensores existen, en la actualidad, por el motivo siguiente: sirven a la trama.
Marina Delgado
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