Mi infancia no se agota. Sigue percutiéndome en forma de secuencias. Imágenes fijas o escenas algo más prolongadas. A veces sonoras y a veces mudas. Y a medida que el curso de la vida se desliza, me conducen a una actitud cada vez más reflexiva. Pero también, puede que más lúcida.
Indudablemente esas imágenes no quedaron grabadas con verosimilitud porque sí. No. Se trata de marcas trascendentes. De esos materiales me fui haciendo. Lo que soy, más o menos simpático o aborrecible, viene de esas imágenes.
Allí participan un niño obediente y más bien tímido, enurético a veces y un padre comprometido a hacer de ese niño un hombre de bien y un trabajador exitoso, manejando más herramientas que las que él tuvo en sus manos jóvenes. Para lograrlo usó una pedagogía acentuada fuertemente en el rigor y la obediencia. Por otra parte, lo usual en la época.
Participa una madre, maestra, más comprensiva y bondadosa pero también más débil, sin la firmeza que se hubiera requerido para neutralizar los dictados del padre riguroso.
Las secuencias que se me siguen representando de manera recurrente, muestran a un niño más bien domesticado, callado, con cierta torpeza motriz e improbable alegría, que va cumpliendo con creces un expediente escolar y paraescolar quizá exagerado por exigente, pero poco satisfecho con su insuficiente libertad. En definitiva: quiere jugar más y estudiar menos. No lo consigue.
Busca desesperadamente la alianza de su madre. Por épocas le resulta gratificante pero con frecuencia es escasa. No alcanza. Al final, la imagen definitiva deja a la madre en los márgenes. No resultó suficiente.
Mucho más soporte propone la abuela. Sonrisa, confianza, alegría, complicidad. Un éxito rutilante, concluyente, eterno.
Una de las conclusiones es tortuosa. El niño se hace oscuro y sometido a su padre, quejoso con su madre y radiante con su abuela. Ya vendrán otros tiempos. La llegada de hermanas permitirá cierta descompresión. El niño quiere volar, se entusiasma con la astronomía, con la geografía. Pero buena parte de la materia prima está sedimentada. Algunos rasgos se corregirán o se atenuarán madurando. Otros serán metamorfoseados para que parezcan ausentes. Pero eso ya es picardía, aunque seguramente inconsciente. El que quiere entender su vida, debe bucear en su infancia. Allí está todo. Esperando ser desencriptado.
Ricardo Landriscini
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