El viento azota sin piedad las hojas de sus árboles y alborota el agua que le rodea, pero ninguna voz se alzará para presentar queja, ya que no hay habitante alguno que resida en la isla. Ese trozo de tierra, cuyo título de propiedad sigue a día de hoy en debate, entre dos países vecinos, ha visto tiempos mejores. Ha celebrado fiestas y alguna boda, sin embargo, ahora se encuentra abandonado. Durante la mitad del año pertenece al país de una de sus orillas vecinas, y en la otra mitad a la otra orilla, generando gran confusión a la pobre isla que ya no sabe ni en qué idioma comunicarse con sus bichos.
Las gaviotas revolotean y chillan a su alrededor, sin piedad desmoronan la paz y la tranquilidad del día. A la isla nunca le gustaron los pájaros, sus ruidos le asustan y le recuerdan a una película de Hitchcock. A pesar de que siempre prefirió a los seres humanos, ahora se tiene que conformar con que sus únicos residentes tienen alas y no brazos.
Aunque la imagen sea desoladora, la isla tiene la fortuna de contar con turismo. Es algo diferente al habitual, ya que no aparece de día o al atardecer, cuando las ciudades brillan como modelos para las cámaras de los visitantes, sino que aparecen al ocaso, cuando solo transitan los amantes o los que algo ocultan.
Mientras el día duerme, la isla disfruta del turismo. Suele empezar con una mano morena, que es la primera que posa su palma en la isla, con jadeos por el esfuerzo y el brillo de alegría en la mirada por hallarse en tierra. Esta noche no es la excepción, una mano color oscura, casi negra, se posa en uno de los bordes y se arrastra hasta subir el cuerpo entero a la isla, quedando en una pose similar a la de los cuerpos dibujados por Géricault.
La isla se regodea porque sabe el nombre que estas personas de tez morena le han puesto: le han llamado Isla Paraíso. En cuanto recibe a su visitante, la isla trata de que el viento se lleve sus hojas secas y que las ramas de los árboles produzcan una alegre canción al hacer chocar sus hojas. A la isla no le importa que sea de noche y el visitante no lo pueda apreciar. Ella intenta hacer honor a su apodo con todo su esplendor.
Sin embargo, hoy al igual que siempre, los intentos de la isla por mostrar su hermosura quedan apagados cuando las lágrimas del turista tocan su tierra. El visitante gimotea palabras incomprensibles, en un idioma extranjero. No existe ninguna canción de hojas que logre sacar una sonrisa al turista y eso hace que el trozo de tierra se siente más solo que nunca.
Nadie se ha molestado en ir a donde la isla para explicarle lo que ocurre, por qué sus únicos invitados lloran durante su estancia y luego la abandonan sin mirar atrás. Pero, su tierra ya es vieja y está llena de raíces sabias. La isla observa cada noche cómo de una orilla se asoman dos figuras humanas que se lanzan dubitativas a la fría agua nocturna. Los espera impaciente para poder ofrecerles treinta minutos de pausa antes de llegar a su destino final: la otra orilla del río, donde se encuentra el país vecino. Sin embargo, en rara ocasión llegan todas las figuras que se engullen en el agua a tocar la isla.
Pocos afortunados llegan a la isla deseada. La que les proporciona el descanso necesario para llegar al otro lado. La denominaron Isla Paraíso por ser lo más parecido a un paraíso en ese momento de agotamiento físico. Los pocos afortunados, que podrán presumir de sus dotes de natación para el resto de sus vidas, descansan, menos tiempo del que necesitan, en ese paraíso terrenal con forma de isla deshabitada.
Nuestro visitante de hoy se ha zambullido con otra forma humana en el agua, pero ha llegado solo. Sus sollozos intentan llamar a alguien que nunca más le responderá. La isla está harta de los llantos, así que decide interceder, por primera vez. Encarga como enviado especial a un saltamontes español, ya que la isla se encuentra en la mitad del año que pertenece a dicho país.
El verdoso bicho se posa suavemente en la oreja del visitante y le pregunta en una voz suave, para que se mezcle entre sus pensamientos: “¿Qué ocurre amigo? ¿Qué te ha provocado estos llantos?”
Una cara morena asombrada se asoma entre las manos, que se había escondido, y busca la procedencia de esa suave voz, pero al no encontrarla se vuelve a esconder para seguir con su melodía de sollozos. El saltamontes le vuelve a preguntar con la misma suavidad. Esta vez el visitante se convence de no estar solo en la isla, pero al no ver a nadie decide no asustarse. Asume que el cansancio le ha acabado produciendo un arrebato de locura, por lo que responde pausadamente a la voz en un español sorprendentemente bueno para haberlo aprendido hace unos meses: “Quería cruzar nadando con mi-mi-mi…, pe-pero…”
Los llantos vuelven a acechar y la conversación se interrumpe, el saltamontes aguarda silenciosamente a que el turista continúe. “Era nuestra última oportunidad, necesitábamos cruzar para tener oportunidades, trabajo. Mi familia gastó todo su dinero para nosotros y como no lo consigamos, bueno como no lo consiga…”
Sus sollozos podrían despertar sentimientos hasta a la piedra más dura de la isla, por lo que todos los elementos y bichos, residentes de la misma, escuchaban atentamente el relato del visitante. El sabio saltamontes tenía miedo de que sus preguntas hicieran más mal que bien al turista, pero su curiosidad era superior, por lo que se sorprendió a sí mismo cuando de su boca salió la siguiente pregunta: “¿Y quién es la persona que has perdido?”
Las lágrimas parecían que querían responder al saltamontes porque comenzaron a salir con aun mayor intensidad, pero la voz rota del visitante fue la que realmente respondió: “Mi hermano, mi hermano pequeño. Solo tenía quince años y yo ya tengo veintisiete, debería haberme hundido yo. Me di cuenta demasiado tarde que no nadaba detrás de mi… demasiado tarde…”
Parecía que una rabia comenzaba a consumir al turista y se incorporó de golpe, tirando de su hombro al saltamontes. Una piedra, que descansaba plácidamente en una de las orillas, tuvo que ser el saco de boxeo del visitante. Una vez agotó su rabia volvió a caer al suelo entre llantos.
El saltamontes se volvió a acercar lentamente y le preguntó con extrema suavidad: “Y ¿a dónde pretendes ir?”. Los llantos se pararon por un momento y se escuchó una débil respuesta: “A Francia. Conozco gente ahí y nos van a… me van a ayudar.”
La última frase parece remover algo en su interior, porque el turista se levanta de golpe con una mirada resolutiva y dice firmemente: “Me tengo que ir de esta Isla Maldita, por mí y por mi hermano.” Tras lo cual salta al agua y su figura desaparece poco a poco en la oscuridad de la noche.
Hoy es una noche especialmente triste para la isla, ya que nunca le habían llamado Isla Maldita. Siente que las olas del río, que golpean sus orillas, son más molestas de lo habitual. Le resulta insufrible el silencio que reina en su terreno. Ya no ve esperanza. Ya no ve ninguna posibilidad de volver a ser útil de manera alguna.
Toma una decisión clara: hundirse. Les pide a sus rocas que se desprendan, para que no puedan protegerla de las aguas que intentan colarse en su superficie. A los bichos les ordena marcharse lo antes posible, para que no vivan el mismo destino que ella. Por último, se despide de los árboles y de cualquier planta que un día tomó la mala decisión de vivir ahí, porque ellos no se pueden desprender y deberán vivir el mismo final que la isla.
Y así poco a poco, sin que nadie se diera cuenta, culpando al cambio climático, es como la Isla Paraíso desapareció entre las aguas. Los turistas buscaron otras vías para cruzar la frontera, pero ya eran muy pocos los aventureros que se atrevieron a lanzarse al agua.
Ya poca gente recuerda esta isla. Pero hay un saltamontes, que vaya a donde vaya, cuenta su historia. El bicho verde vive una curiosa vida, porque pasa la mitad del año en España y la otra mitad en Francia. En ambos países difunde el cuenta de una isla que ha recibido muchos nombres: para los romanos fue Puasu, para los franceses Faussans o Île de l´Hospital, para los vascos Konpantzia… El saltamontes termina su relato contando que, a pesar de que su nombre más conocido es Isla de los Faisanes, para él siempre será Isla Paraíso.
Leticia Covadonga Alfonso Cienfuegos-Jovellanos
Latest posts by Leticia Covadonga Alfonso Cienfuegos-Jovellanos (see all)
- Isla Paraíso - 11 April, 2025
Leave a Reply