Corrían otros tiempos. El color acababa de nacer y todavía se rodaba masivamente en blanco y negro. Grabar exteriores era muy complejo, primaban los decorados. Las cámaras eran grandes y pesadas, sus movimientos complicados, se trabajaba sobre todo en plano fijo. Los efectos especiales eran mínimos, costosos y muy artesanales. En aquel entonces las películas eran todavía “muy teatrales”.
A pesar de todas aquellas limitaciones técnicas, el fin del cine era el mismo que hoy en día: “Emocionar”.
Debido a todo esto, los géneros estaban mucho más marcados que actualmente: las películas históricas, de aventuras, policiacas… eran lenguajes muy cerrados, cada uno con sus propias normas. La fusión entre géneros era algo todavía inimaginable. Indiscutiblemente, entre todos ellos, el favorito del público era la comedia.
El cine clásico está lleno de célebres comedias que consiguen “emocionar” y sacar las carcajadas del público. De hecho, los principios del cine (el cine mudo) no pueden entenderse sin Charlot, Harold Lloyd, El Gordo y El Flaco, Buster Keaton… que fueron los pioneros de este arte de “masas”.
La comedia, además de ser uno de los géneros favoritos del espectador, siempre ha sido uno de los más complicados para los guionistas, directores y actores. Es indiscutible que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar… no sólo en el cine sino en todos los ámbitos de la vida.
Llegado a este punto se me ocurren muchas comedias con las que he disfrutado: El apartamento, Los caballeros las prefieren rubias, La vida de Brian… pero sin duda mi favorita es “La fiera de mi niña”.
En contra de lo que ocurre en otros géneros, los medios que se necesitan para hacer una gran comedia son muy pocos: Un buen guion, unos sensacionales actores y un director que se encargue de la fusión de estos dos elementos (¡casi nada!). Aquí no son necesarios unos efectos especiales, una fotografía espectacular ni una música grandiosa que acompañe las imágenes. La comedia es el género más teatral, el “más directo”: El gag funciona o no y el actor saca una sonrisa del espectador o no. Además, al contrario que en otros géneros, la evaluación es mucho más sencilla, mucho más básica: El público se ríe o no, se divierte o no. Eso se palpa en las butacas durante la proyección y no da lugar a interpretaciones posteriores más complejas como pueden hacerlo el drama o el cine histórico.
Una de las dificultades más grandes de la comedia es “el ritmo”. De nada nos sirven tres grandes momentos cómicos en los que el patio de butacas se muere de risa si entre cada uno de ellos existen 20 minutos vacíos. Los gags deben de ser continuos y además dar forma a la historia… Algo muy, muy complicado. “La fiera de mi niña” cumple todas estas premisas, no sólo tiene 5 minutos iniciales impresionantes, sino que los gags se van sucediendo hasta llegar a una última secuencia que pone la guinda al pastel.
¿Y cómo se consigue esto? Indiscutiblemente el guión es espectacular y las interpretaciones memorables, pero lo que realmente da fuerza a la historia es la continua aparición de personajes secundarios (muy bien escritos, interpretados y con gran personalidad) que se van incorporando a la historia y creando nuevas situaciones disparatadas que sin embargo desde la butaca nos creemos y nos divierten. Además de Katharine Hepburn y Kary Grant se van sucediendo un intermediario financiero, la tía de la protagonista, un leopardo, un policía despistado, 2 trabajadores de un circo, un abogado… Todo esto hace que el ritmo sea cada vez más vivo. La madeja se va enrrollando de una manera que parece que no vamos a poder desliarla. Sin embargo, al final se desenrreda con toda naturalidad. Esto hace la película muy grande. Un clásico.
Ni que decir tiene que las interpretaciones son sensacionales y los aspectos formales como el vestuario están cuidadísimos. Además acompañan a los gags de la historia de forma magistral (basta recordar el momento en el que a Katharine Hepburn se le rompe el vestido en una de las primeras secuencias).
¿Y quién tiene la culpa de que todos ingredientes encajen de una manera tan perfecta? Indiscutiblemente, el director, uno de los grandes: Howar Hawks. Dirigiendo de una manera transparente, sin artificios, pero muy directa (parece que no hay director) consigue hacer lo más difícil: Una comedia “atemporal”. Tanto es así, que casi 100 años después seguimos disfrutando de la película igual que el primer día.
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