La canción que abre el último disco de Nueva Vulcano me sorprendió de entrada: aunque nos tienen acostumbrados a abrir conversaciones costumbristas con nosotros en sus letras, eran nuevas las laudes por uno de los símbolos de la destrucción del planeta. Hablo del eucalipto: como canta el propio Artur Estrada, “Se levanta frondoso y rápido […] dispuesto a arraigar / Conquista con porte a su paso la biodiversidad”. Dejando de lado el fantástico ejercicio de ironía y fascinación a medias que esto supone, me quedó clara una cosa: la conversación sobre la destrucción sistemática de la naturaleza viene de largo… y parece que también va.
De la ciudad bipolar que es Glasgow, hemos podido oír en los medios sobre las políticas que les han ayudado a dejar de ser conocidos como la capital del cuchillo de Europa; tan bien les ha ido, que hace unas semanas se ha organizado allí la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas. No hablaremos de los que han acudido a la misma en jet privado, ni de los llamados a cumplir los acuerdos de París. Lo que nos interesa es la discusión surgida acerca de este tema en redes sociales, medios tradicionales o interacciones diarias.
Para entender cómo se ha corrompido y tergiversado lo que a principios de siglo parecía un mensaje sencillo, hemos de atender al cambio en la discusión política; de existir cierto consenso ante los hechos presentados por la ciencia, esto también ha pasado a ser un asunto partisano, en cualquier parte del mundo globalizado. Al otro lado, como siempre, se encuentran las industrias contaminantes y su capital: con tiempo suficiente para hacer lobby, han retrasado a placer la posibilidad de desarrollar políticas efectivas que protejan el medio ambiente.
He oído muchas veces el argumento de que el cambio climático apenas nos afectará a lo largo de nuestra vida, como también he escuchado innumerables veces cantar a Artur, al término de la citada canción: “Dicen que es como el estado / que chupa y se lo lleva todo”. Mientras que lo segundo me parece un finísimo ejercicio de ironía –porque ya sabemos que quien ataca de forma repetida a la tierra no son los estados, sino las corporaciones–, lo primero me parece una burrada: poco tiene que ver eso con que todos instiguemos a los agentes que corresponde a llevar a cabo acciones responsables. ¿Responsabilidad personal? Por supuesto. Y, ¿pedir responsabilidades a quienes más contaminan?
También.
Jokin Erkoreka
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