
Sus uñas se atascaban entre la corteza y el calor.
Mientras tanto,
la señora que vendía castañas escuchaba en su radio
el júbilo y la melancolía de los tambores.
Él, que no las conocía,
decidió comprar
porque el olor era la aldea y sabía a bosque.
Porque el humo se hacía pequeño, se pegaba al cuerpo y cobijaba.
El hombre del campo despoja poco a poco las heridas de una castaña,
y en el cucurucho son trozos de piel lo que queda.
La señora imagina que es maíz lo que el fuego abrasa.
Sonríe. Pronto serán las nueve,
cerrará su tienda, cerrará el olor,
abrirá la puerta al invierno y saldrá a esperar a sus amigas
o llamará a casa (porque en casa todavía no oscurece).
Hombre del campo calla.
Volverá mañana.
No sabe que poco a poco desgaja al otoño.
Volverá para ver en los ojos de la señora la locomotora que viaja a su pasado.
La música,
las castañas
la radio portátil y la tez de la señora
le llevan a su infancia.
El cielo es gris.
Él se echa a reír.

Roberto Deras

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- Plaza San Pedro - 15 marzo, 2021
¿Qué es eso de aficionado a lo-dicho? Me encanta, Me pasa un poco parecido. Me siento acompañado. Gracias, Roberto.