Ramiro, en el Taller, cuando alguien leía en voz alta, se apoyaba contra el respaldo de su sillón orejero, cerraba los ojos haciendo un esfuerzo de atención y estiraba el cuello como una tortuga milenaria que volviese año tras año a la misma playa. Seguramente, esto formaba parte de su oficio, el oficio de narrador. Cuánto me asombraba su capacidad de escucha. … [Leer más...]