Los arquetipos de género están tan interiorizados que superan la literatura. El arte, ese campo en el que está todo permitido, no es ajeno a los cambios sociales que modifican las cualidades –y cantidades- que se necesitan para ser un buen hombre o una buena mujer. La igualdad entre sexos está tan formalmente interiorizada, que nos escandalizan lo que podrían ser licencias literarias (véase el caso de Sánchez Dragó y la niña que dijo haber violado). Es el falso espejismo de la igualdad, que cada vez es más falso y más espejismo.
Parece que hemos superado ciertos arquetipos de género que nos situaban a las mujeres únicamente en nuestros hogares, ajenas al campo del saber, a los placeres de la sexualidad o los beneficios de las amistades sanas. Este cambio se ha dado en la literatura, pero también en la televisión, el cine, el periodismo o la publicidad. En todas estas disciplinas, sin embargo, han surgido nuevas formas de entender la masculinidad y la feminidad. Es difícil escribir una lista cerrada de estos arquetipos, pero estos son los más habituales: la superwoman, la femme fatale y la Lolita adulta. Ninguno es una novedad.
La superwoman es, generalmente, la protagonista de las novelas chick-lit. Es Sarah Jessica Parker de Sexo en Nueva York. Son mujeres guapas, atractivas, que siempre van bien vestidas; disfrutan del sexo sin tapujos, pero acaban enamorándose y creando una relación de dependencia con alguno de sus amantes, siempre tienen ganas de sexo; trabajan fuera de casa en altos cargos con mucha responsabilidad que, sin embargo, les dejan tiempo para tener un grupo de amigas con el que compartir cócteles exóticos. Quieren ser madres y acaban siéndolo, pero tampoco entonces renuncian a nada: siguen estando preciosas, practican sexo a diario, no cogen la baja de maternidad. Este arquetipo sustituye a la figura del tradicional ‘Ángel de hogar’: mujeres que siempre tenían la casa impecable, a las que jamás se las quemaba el bizcocho, que esperaban siempre preciosas a que sus esposos llegasen del trabajo y, por si fuera poco, colaboran con la comunidad ayudando a los más necesitados en la iglesia del barrio. El detalle de la iglesia y de no trabajar fuera de casa podría escandalizarnos ahora, pero fijaos cómo se ha puesto de moda lo de hace cupcakes.
De las mujeres de las historias del oeste a la femme fatale: mujer malvada que manipula a pobres hombres ansiosos de sexo y amor. Es la culpable de todo. Eva, que mordió la manzana y mira la que lio. Esta imagen de mujer no ha perdido fuerza, pero sí aparece más velada. El siglo XXI tiene que parecer que lo es. Lolita también ha tenido que adaptarse al nuevo mundo para evitar escándalos por pederastia, pero sigue estando presente -en todas las artes- la imagen de la mujer dulce, angelical, de piel muy blanca y pelo muy rubio, que se mueve despacio, en mundos imaginarios y llenos de fantasía, que evoca una y otra vez lo dulce de la infancia, la inocencia. Las vírgenes. El arquetipo contrario a la femme fatale.
El problema de los arquetipos es que hay pocos y, en el caso de las mujeres, no cabemos todas. Sólo hay hueco para las blancas, heterosexuales, guapas, madres y exitosas. ¿Y el espacio de las desviadas, las lesbianas, las putas o las negras? Es cierto que no es difícil encontrar otros modelos de feminidad y masculinidad, pero hay que buscar en la literatura con apellidos: literatura feminista, literatura lesbianista o literatura negra. Qué alegría más grande cuando encuentras una obra que hace de espejo para ti, en la que no eres ajena, en la que no eres la otra, la mala, la que no sirve.
La literatura sólo es reflejo del mundo que nos ha tocado vivir y éste, aún, es deprimentemente sexista, estructuralmente androcéntrico y lamentablemente patriarcal.
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- Un cóctel para Lolita - 14 mayo, 2014
Mónica dice
¡Excelente artículo! Lamentablemente demasiado cierto.
Martín Ibarrola dice
Es cierto que los arquetipos literarios suelen estar unidos a los sociales, pero ¿no crees que el uso de personajes estereotipados es más bien un síntoma de mala literatura? Un buen libro debería ser capaz de trascender la ideologización de género y mostrar personajes que caminen por sí solos (ya sean lesbianas, putas o negras). Así, a bote pronto, se me ocurren dos libros cercanos con personajes femeninos diferentes, únicos. Ensayo sobre la ceguera (de Saramago), con una protagonista fuertísima, y La elegancia del erizo (de Muriel Barbery), con la niña superdotada y, sobre todo, la portera erudita. Pero vamos, que no creo que la Literatura (como dices tú, sin adjetivos, y con letra mayúscula) sea enteramente sexista, androcéntrica y patriarcal.