Germán Díaz recuerda que su abuela tuvo que vender el piano cuando estalló la Guerra Civil y, aunque años después consiguieron recuperar el instrumento, no volvió a tocarlo. Él no llegó a escucharla interpretar ninguna partitura, pero todavía hoy cree que aquellos conciertos inexistentes fueron una de sus primeras influencias artísticas. Con quince años, Díaz ganó un cuantioso premio de 200.000 pesetas en un concurso musical y, entre todos los posibles sueños de adolescencia, eligió comprar una zanfona de segunda mano. A partir de entonces, este músico de folk y jazz protagonizó una errática trayectoria de aficiones poéticamente absurdas y proyectos tan estrambóticos como fundar un Congreso de Observadores de Nubes, construir instrumentos mecánicos o criar capones melómanos. «La vida tiende a ser aburrida, pero hay que aprender a divertirse, encontrar la poesía de las cosas», se defiende.
El pasado 2 de septiembre, durante el festival de Getxo Folk, Díaz se acercó a Bilbao como invitado de la banda de Kepa Junkera. Era una de las numerosas colaboraciones que lo mantienen en movimiento por todo el país. Sin embargo, cada cierto tiempo también se reúne con una serie de músicos cercanos y lidera proyectos con un sesgo más personal. Su próximo disco, ‘Canciones populares de la Gran Guerra’, saldrá a la luz durante este invierno. «Yo necesito que mis proyectos tengan una narración interna. En este caso, hemos versionado diez hits de la 1ª Guerra Mundial», explica el músico asentado en Galicia. Son canciones que se grabaron sobre cilindros de cera con el fonógrafo de Thomas A. Edison y que la Universidad de Santa Barbara, en California, ha digitalizado. «Es una playlist con los éxitos del pasado. El director de la colección nos proporcionó los audios originales y nosotros escogimos diez». Entre la selección encontramos clásicos tan nostálgicos como ‘K-k-k-kaiti’.
Germán Díaz sigue la estela de su tío Joaquín Díaz –conocido folclorista– y se ha convertido en uno de los zanfonistas más reputados del país. Aprendió en la Asociación Ibérica de Zanfonas y colaboró durante años con la prestigiosa Viellistic Orchestra de Francia. «La zanfona proviene de la Edad Media, cuando se puso de moda mecanizar instrumentos. En el fondo, no deja de ser una viola automática». En su pasión por las manivelas y los engranajes, también se aficionó a las cajitas de música programables, que leen las partituras de cartón que él mismo perfora. Para poder utilizarlas en directo, Díaz las desmontó y lijó, las afinó y les incorporó un motorcito que le costó meses encontrar.
El ‘Método Cardiofónico’ (que grabó junto a Benxamin Otero y David J. Herrington) representa el summum de su sensibilidad musical. El disco se compuso a partir del vinilo del Doctor Iriarte, un cardiólogo vasco que grabó los latidos del corazón de los pacientes para que sus alumnos reconocieran las cardiopatías. «Mi padre, que ejercía de médico, me hizo llegar estos audios y me resultaron de una intuición poética fascinante». Los latidos actuaban como base rítmica de las canciones. En el disco predomina su zanfona, diseñada por un luthier austriaco, pero también se escuchan un órgano de Barbaria, cajitas de música personalizadas y hasta una rolmona cromática.
Este músico no deja de embarcarse en proyectos que relata con la mirada de un niño ilusionado. Hace unos años conoció a Siña Fernández, hija de Antonio Fernández (un filántropo que financió discretamente la cultura en Galicia). Con ella creó el primer Congreso de Observadores de Nubes, un encuentro multidisciplinar en el que participaron antropólogos, metereólogos y artistas. «La poesía está en todos los sitios y hay que intentar disfrutar de ella. A todo el mundo le gustan las nubes, pero hasta que no les hablas de ellas no se fijan demasiado». Otra de sus aventuras fue la de criar capones, a los que alimentaba con pienso ecológico y una selección de música variada, desde Frank Zappa hasta Charlie Haden. «Un proyecto que murió del éxito– se ríe–. Era increíblemente caro mantener a estos pollos». Los enviaban por correo el 23 de noviembre. Promocionaba esta incursión empresarial con un escueto mensaje en su web: «envasados al vacío y limpios -y sin vida, se entiende-». Todavía construye sus propias pipas, colecciona campanas e incluso ha empezado a diseñar gafas de acetato. Confiesa que su próximo plan es aún más ambicioso. Tratará de poner música a los artilugios que imaginó Severino Pérez, inventor de la primera máquina parlante diseñada en este país. Pero Díaz no sólo compondrá la banda sonora, en un arrebato de ambición onírica ha perfeccionado un plan complementario: tratará de construir el autómata él mismo.
Martín Ibarrola
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