Durango, 21 de Diciembre 2016
Pour mon cher Basile,
Soy fuego quemándose,
Soy Cielo sin oxígeno.
Respírame,
Y que compartamos el aire
Quererte tanto
Y quererte así:
De esta manera tan honesta.
Escuece cuando estás lejos.
Te necesito y te quiero a mi lado.
A ti que me has salvado:
de la nada
del vacío,
del olvido,
¡se siente tan bien tu amor!
Tu mirada sobre mi piel,
Tan cálida y tan hermosa.
Unos dedos que se posan sin rastro sobre las marcas que me ha dejado la vida al pasar.
Unos dedos que me lamen si amago con desangrar.
Unos dedos y unas manos que me reconstruyen de nuevo desde abajo cada día que comienza; cuando el viento nace tan frío y tan vasto que mis cimientos no consiguen amainarlo,
Yo me tambaleo.
Tú que me haces seguir teniendo un poco de miedo – y no me refiero a ese temor mezquino que no debería poderse sentir. Hablo; pienso, escribo más bien, de ese tipo de miedo que se siente solamente, muy breve, durante unas pocas décimas de segundo: lo que dura el terremoto bajo mis pies. Imperceptible apenas. Sutil, pero escandaloso, también.
El miedo a todo este placer, toda esta belleza, esta maravillosa avalancha en mis sueños más nobles. Y en los más innobles también. Lo que no puede confesarse siquiera; lo que a una no se le permite pensar. Ni tan solo imaginar. El miedo a llegar demasiado tarde, demasiado pronto; el miedo a llegar demasiado y ahogarme en el intento. El miedo a no ser capaz de absorberlo todo.
A ti que me has salvado,
A ti que has dado tanto por tan poco,
A ti que eres mi sueño estando despierta.
A ti puedo al fin decirtelo:
YA PIHI IRAKENA
Tu ser me ha contaminado. Me has impregnado de ti.
Y es lo mejor que me ha pasado.
Tuya,
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