Mi padre solía recordar aquella vez en la que tuvo que mentir en una rueda de prensa. Era una historia rocambolesca, muy difuminada por el tiempo, e implicaba a muchos de los históricos del teatro vasco. Decidí entrevistar a los protagonistas de este cuento lejano. Hablé con Ramón Barea, reciente Premio Nacional y voz de la experiencia; con Felipe Loza, profesor literario y dramaturgo veterano; hablé con la televisiva y shakespeariana Itziar Lazkano; con mi padre, José Ibarrola, escenógrafo, pintor, artista poliédrico; con Esther Velasco, actriz y productora de infinitas vivencias; y con Ramón Ibarra, intérprete con mucho kilometraje y aún más carcajadas a sus espaldas. Todos se habían curtido en el contexto del teatro independiente, eran los años de Karraka, de las furgonetas, de los pequeños reinos de taifas. Prácticamente tuvieron que empezar de cero y, tal vez por eso, no les quedó más remedio que recurrir a Tadeusz Wolsky.
Por aquella época Luis Iturri era el máximo responsable del Arriaga y todo un pope del teatro vasco. En su juventud había fundado la compañía independiente Akelarre y había impartido uno de los primeros talleres de arte escénico de la UPV. Dirigió grandes éxitos como Irrintzi o Gerra ez, trabajó en Madrid, la entonces metrópolis teatral, actuó, produjo y cosechó premios nacionales. En Bilbao gestionó durante doce temporadas la dirección del Arriaga y defendió lo que él denominaba “espectáculo teatral”. Desgraciadamente, no se le conocía exclusivamente por su pasión escénica, el dramaturgo también cultivó el desprecio hacia la creación local.
Es verdad que en esta profesión cuesta reconocer las paternidades, las influencias que han ejercido unos en otros –matiza José, que admite la importancia de tuvo Luis en su generación–; pero lo cierto es que cuando él llegó al Arriaga quiso hacer tierra quemada. Para los grupos que estábamos saliendo, el hecho de tener a alguien con poder en la gran casa del Teatro y que no echara una mano resultaba doloroso, suscitaba rivalidades que, en otras circunstancias, no hubieran existido.
Iturri miraba a sus paisanos como a una panda de titiriteros. Aquellos que coincidieron con él recordarán una frase que acostumbraba a espetar entre colegas, “¡el teatro vasco es un teatro de furgoneta y yo sólo hago teatro de tráiler!”. Nosotros, en cambio, hacíamos teatro de calle, por los pueblos, para sacar pelas –reivindica Felipe–; el dinero que ganábamos en verano lo utilizábamos para hacer obras de interior en invierno; a Iturri le parecía que teníamos una calidad inferior a la de su programación.
Cuando Ramón Barea contactó con el colectivo La Galleta del Norte alrededor de 1992 ya rumiaba un plan para colarse en el Arriaga. Les propuso una idea inspirada en las sillas de Ionesco: dos viejos actores que, tras su última representación, sientan a todos los personajes que han interpretado durante su carrera. Metateatro, metarreferencias, escenario detrás del telón. La galleta del Norte respondió con un aluvión de ideas. Se inventaban diálogos, escenas, y en el primer esbozo llegaron a intervenir hasta media docena de escritores. Felipe Loza se encargó luego de cincelarlo dramáticamente y compactarlo en una delicada y humorística obra de teatro. La preparación de “Hoy, última función” no fue distinta a la de otras producciones: Ramón Barea e Itziar Lazkano se regañaban en el escenario, mi padre imaginaba sillas figurativas para la escenografía, Lander Iglesias iluminaba entre bastidores, Carlos Barea buscaba el atrezzo necesario… Y, entonces, Ramón tuvo una de esas iluminaciones suyas, se le ocurrió una travesura, nos confiesa Felipe. ¿Por qué no hacemos creer a Iturri que nos va a dirigir un Polaco? La idea, en palabras de Ramón, era colarse en el Arriaga con un proyecto de una producción vasca, ¡algo imposible en aquella época!
Y así comenzó la operación Tadeusz Wolsky. Y la broma era burda: Tadeusz lo eligieron por su tocayo Tadeusz Cantor –el mismo que se paseaba ceñudo por sus escenografías– y Wolsky porque era un López cualquiera. Parecían querer decir: ¡eh!, que esto es mentira.
Nos inventamos a un director polaco –detalla Ramón– porque queríamos hacerlo de un sitio lejano. Construimos una biografía falsa. Recuerdo que había mucho papanatismo. Yo contaba que lo había conocido en el F.I.T.E.I. de Oporto mientras montábamos el espectáculo de Ubu Emperatriz, que habíamos vuelto a coincidir en la escuela de Lecoq y que le habíamos pedido que nos dirigiera algo… Se mandó un dossier al Arriaga explicando cuál era el texto, qué reparto tendría, la ficha técnica y, por supuesto, subrayando la presencia del director polaco Tadeusz Woslky.
Felipe e Itziar aprovecharon una visita a César Sarachu –que entonces trabajaba en Londres con una compañía británica– para mandar un enigmático sobre sin remitente. Algunos cuchichean, mencionan un manuscrito con anotaciones a lápiz del director, pero el verdadero contenido del sobre nunca llegó saberse con certeza. Lo enviaron con una nota adjunta, y ésta última debió de escribirla Ramón Ibarra: Mi nombre Tadeusz Wolsky y dirijo nuevo espectáculo de Karraka. Yo perdido su dirección: ruego, por favor, presenten documento a colectivo Karraka. Enviaron tres copias, a Diputación, al Gobierno Vasco y al Arriaga. Pero los karrakeros no confiaban demasiado en esta artimaña. La última vez que Luis Iturri había pisado su local corría el año 1987. Se presentó allí dispuesto a observar el ensayo de una obra y se quedó dormido a los diez minutos de empezar la lectura. Venía de comer y debió de entrarle la modorra. Los testigos del incidente todavía se lamentan, exhibía el desinterés y la desconfianza que tenía en nosotros. Sin embargo, sucedió lo impensable, el Arriaga remitió la carta al colectivo Karraka. ¡Habían picado el anzuelo! Iturri comenzó a mostrar interés en la obra, le pareció una idea atractiva, factible… no tardaría en concretar una fecha de estreno. Y lo que empezó como un juego se convirtió en una operación logística para encubrir el engaño. Atesoraron detalles falsos, material fotográfico, entrevistas improvisadas, crónicas inventadas. Cada detalle los alejaba más y más del mundo real y los sumergía en un entramado de telones y tramoyas chirriantes. ¿Qué era real, qué era polaco? Los protagonistas recuerdan esa sensación de contrabando, de peligro inminente.
Escogieron a un familiar del grupo para interpretar a Tadeusz, era rubio y tenía los ojos azules. El impostor –obrero de profesión– no podría hablar en ningún momento porque no conocía una sola palabra en la lengua eslava. Entonces Maogossatha Piorum apareció en escena. Se trataba de una actriz joven, pareja de un amigo del grupo. Ella se haría pasar por intérprete del director y fingiría traducir lo que ya hubieran decidido de antemano. Esther Velasco aún recuerda el pequeño pase que hicieron para los medios en el local de Karraka. El supuesto Tadeusz susurraba incoherencias al oído de Maogossatha, ésta se inventaba las respuestas y los periodistas anotaban frases sueltas en sus cuadernos. Los actores no pestañeaban, sonreían como si todo aquello fuera normal. Sin embargo, el obrero tenía tal sofoco que las patillas falsas se le habían empezado a despegar. Itziar asegura que, cuando los periodistas trataron de abordarle, el director se largó por patas: les dijimos que él era diabético y que tenía que pincharse, que era un tipo muy raro. Nadie olió la chamusquina.
Con tal de justificar la parquedad y circunspección del autor polaco, lo pintaban como un individuo introvertido, extravagante y absolutamente reservado. Y la profesión estaba mosqueada, no se lo acababan de creer, pero cada vez que les preguntaban, los implicados se encogían de hombros, un perro verde, no habla nada, muy raro, es muy raro, repetían. Los periodistas se citaban unos a otros, los encargados no mostraban mayor interés y, con el descaro de quien se cuela por la puerta grande, Karraka ofreció una rueda de prensa. Tadeusz Wolsky no se personó, claro, y Maogossatha leyó una carta suya con acento forzado.
Si allí hay una señorita polaca que les dice que el director ha tenido que ir a no sé qué lugar del mundo –ironiza Ramón–, pero quería dejar constancia de que el trabajo había sido interesante, que patatín patatán, y les cuenta una milonga, pues los periodistas en prácticas citan párrafos de las palabras del director y no se complican más. Las ruedas de prensa nuestras les importaban un carajo a todo el mundo.
A finales de 1992, “Hoy última función” se estrenó en Barakaldo y en Getxo y los aplausos fueron largos y ruidosos. Del 28 al 31 de enero del próximo año, Nicéforo y Seminaris interpretaron su papel en el preciado Arriaga. La crítica se deshizo en halagos. El crítico habitual del Egin reconocía un trabajo de madurez y una contención estética planeada, el rigor siempre merece un aplauso, zanjaba; en Euskaldunon Egunkaria alababan el texto, el equipo y la dirección, zuzendaritza, lan sendo eta ondo eraikia; en el Deia destacaban un texto con entidad literaria, un cuidado en la interpretación y la imagen y una buena dirección por parte del polaco, se han dejado dirigir, sugería; quiero imaginarme, pues no he visto los ensayos, profetizaban en ElCorreo, que Wolsky habrá pegado el empujoncito definitivo al éxito. Nadie se preguntó de dónde había salido el misterioso Tadeusz. Y es que ya lo entonaba el personaje de una de las óperas estrenadas por Luis Iturri, Sir John Falstaff: tutto nel mondo e burla. El público salía encantado de las funciones y el equipo consiguió merecidos premios por su trabajo (premio Ercilla a mejor espectáculo teatral vasco y premio Rosa Aguirre a Ramón Barea y a José Ibarrola). Los embaucadores no confesaron el engaño en años, ni a los críticos, ni a la dirección del Arriaga, ni a los colegas de profesión. Una gran mayoría aún desconoce la verdad de los hechos. Quién sabe qué hubiera sucedido de saberse que Hoy, última función era una obra local.
Fue una mentira poética, suspiran los viejos titiriteros.
Tantos años después, Emilio Sagi ha querido que Hoy, última función sea uno de los últimos títulos de su programación antes de dejar la dirección del Arriaga; a la escena de siempre se suman proyectos alternativos como Pabellón 6; surgen nuevas compañías, nuevos locales y talleres, y hay actores y actrices jóvenes con tinta trágica en sus venas, con ganas de desmontar el escenario. Los teatreros hacen frente a un Bilbao que cada vez desprecia menos sus propias bambalinas, pelean por una industria más prolífera, por unas producciones más heterogéneas, sin tanto amiguismo. Ah, cuántos telones le quedan por bajar a Bilbao. Pero, al menos, sabemos que esto no se acaba. Hoy no es última función.
Equipo de Hoy, última función
(rescatado del panfleto original):
Dramaturgia: Karraka/ La Galleta del norte
Dirección: Tadeusz Wolsky
Actor y actriz: Ramón Barea/ Itziar Lazkano
Producción: Karraka S.L.
Producción ejecutiva: Esther Velasco
Ayudante de dirección: Felipe Loza
Escenografía: José Ibarrola
Realización y Atrezo: Carlos Barea
Efectos especiales: Arka
Foto: Iñaki Arteta
Sastra: Dolores Zamayoa
Maquillaje: Paca Linares
Gabinete de prensa: Ramón I. Robles
Enmaquetaciones: Elena Loza
Estudio Grabación: Tío Pete
Iluminación: Lander Iglesias
Apuntadora: Maogossatha (posiblemente Małgorzata) Piorum
Martín Ibarrola
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