Cordones.
Cuando era niño,
no podía atar mis cordones.
Los sentía torpes e hinchados
como si fueran cuerdas, ramas, brazos.
Brazos.
Mis cordones son brazos.
Y cuando los ato, imagino que
estoy rompiendo huesos.
Sonidos apagados
como el machacar de dientes.
Sigo hasta que mis oídos no lo pueden aguantar.
Ramas.
Mis cordones son ramas.
Y cuando los ato, pongo cuidado
en no asfixiar las flores, las frutas, las hojas.
Pero de nuevo, se rompen.
Sonidos ondean más,
como toses frondosas.
Sigo hasta que mis manos están llenas de astillas.
Cuerdas.
Mis cordones son cuerdas.
Y cuando los ato, me siento como un marinero,
con la cara curtida y los ojos diáfanos.
Sigo hasta mi cuerpo no tropieza,
y compruebo que he atado los nudos correctos.
Ahora, nada se rompe.
Nada hace ruido.
Y vivo con cordones atados.
O, quizá, he dejado de andar.
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