Para aprender a escribir, hay que leer. Esta condición me parece una suerte.
Pero sucede que algunos jóvenes van demasiado rápido. Intuitivos, talentosos, apenas leen alguna cosa, se lanzan a la carrera, queriendo decir lo suyo; más tarde, cuando dejen de ser tan rápidos e intuitivos, y descubran que no están solos en el mundo, entonces -si son sensatos- irán interesándose por escritores que han rondado esos mismos asuntos, y los leerán, y en algunos casos disfrutarán mucho más de lo que jamás hubieran pensado; comprenderán que a lo largo del tiempo, lo suyo ha sido dicho mil veces mejor, habiendo sido tratado por otros con solvencia, originalidad y belleza. Empezar a leer temprano no es una pérdida de tiempo, todo lo contrario.
Leer (bien), o escribir (bien): dos bellísimas disciplinas que requieren dedicación.
Los jóvenes de hoy viven asediados por una tremenda cantidad de obligaciones, asignaturas y distracciones, y raramente encuentran sosiego para leer por placer, o escribir un rato. Sometidos a tal cantidad de estímulos, falta un tiempo de concentración, de recogimiento. En otro orden de cosas, irán cumpliendo años, y también para ellos, si no lo previenen, la curiosidad habrá de volverse corta e intermitente.
Pero es que leer (bien) o escribir (bien) nunca fue fácil.
Sin embargo, año tras año, algunos jóvenes vuelven a intentarlo, como la primavera.
Sultana Wahnón, profesora de la Universidad de Granada. Me maravillaba lo mucho que sabía, el silencio que se formaba a su alrededor nada más entrar en clase. Sólo era respeto. No asistíamos demasiados, pues tenía fama de ser draconiana con el asunto de las evaluaciones. Qué importaba. Preferiría mil veces un cinco raspado, incluso un suspenso de esta mujer, que un sobresaliente con un profesor al uso, de los que tanto abundan. Todos los que estábamos allí pensábamos esto mismo.
La historia de las Ideas. Platón, Descartes, Kant, Dostoyevski. Pero también Baudelaire, Habermas. Había una secuencia, una continuidad. La muerte no arrasaba con las ideas, sólo se trataba de una pausa en un diálogo inacabado; existían nexos entre nosotros y la Antigüedad clásica. Era capaz de llevarnos, tirar de un hilo sagrado y asociar bellamente una cosa y otra. Aquella mujer inspiraba, y me di cuenta de que lo que allí se decía rebasaba con mucho lo académico. El suyo, un modo de estar en el mundo.
Cuando terminaba la clase, me divertía pensar que no sabría arreglárselas en una panadería; le atribuía enormes dificultades para freír unos huevos, o sacar al perro; como si por el hecho de conocer tantas cosas, hubiese tenido que renunciar a otras, pagando un costoso peaje en su cotidianidad. Mas nunca supe nada. Acaso cultivase una huerta, o practicara artes marciales.
Pero esto ya es literatura. Ante todo, Sultana fue una erudita. La única que he conocido. La mejor. Una mediadora seria y generosa. Creedme si os digo que de aquellos muertos excelsos hablaba casi con familiaridad, aunque uno percibía que se había ganado ese derecho, estudiando, dejándose la piel. A fin de cuentas, aquella devoción por los antiguos sólo podía haber nacido de una marca de amor. A estos, yo me los imaginaba ahormados en sus tumbas, un poco menos muertos, besándonos con sus labios de piedra. También los imaginaba agradecidos de que unos cuantos jovencitos curiosos se interesasen por sus ideas. La inteligencia de aquellos devuelta un rato a la vida. De eso se encargaba Sultana. Y el fruto sería para nosotros. Nosotros, que sabíamos tan poco, y que piábamos llenos de vida cuando salíamos al patio, a que nos diera el sol.
Ahora que van pasando los años, me parece que Sultana nos invitó secretamente a formar parte de aquello, a contar eso mismo, algún día, cuando nos llegara el turno. Y escucho una voz que dice: si no llegáis a ser tan listos como yo, tan serios y responsables, al menos impulsad la curiosidad de los que vengan, contagiadles vuestro entusiasmo.
Y ahora soy yo el profesor. Y trato de atender la voz de Sultana.
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Blanca Oraa Moyua dice
Me ha emocionado tu texto (Bernardo Atxga diría pieza).
Hasta tal punto que me he emocionado y me han dolido los ojos cuando mis lágrimas afloraban.
Estoy segura de que lo mejor que me ha pasado en la vida es encontrarme con buenos profesores.
Rotundamente.
Me gustaría ser alumna tuya.
Anabel dice
Me ha encantado tu texto.
javier nebot dice
Sé que la certeza no admite graduaciones pero en lo que afirmas en tu artículo veo una “particular” certeza que solo se consigue a medida que uno recorre el mismo camino que describes y que te da la solidez del “es así”: los caminos de los otros iluminan los nuestros. Saberlo hace la soledad de la lectura algo profundamente compartido.
Oihana dice
No hay mejor agradecimiento que tu texto. Me gustaría mucho ir a las clases de Sultana Wahnón, tienen que ser una maravilla.
Lo tuyo también es una forma de estar en el mundo; estás atendiendo a la voz de Sultana.
Mónica dice
Creo que algunos otros hemos tenido la dicha de encontrarnos con profesores realmente buenos en un asunto tan delicado y fundamental como el arte. Así como para ti es Sultana, para mi es Iñigo Larroque. Tuve la dicha de estar contigo en el Taller de Escritura en Deusto; aunque no fue por mucho tiempo, desde entonces me dedico a leer más esas otras voces impresas de las que hablabas y a tratar de mejorar aquello que le da de pronto ganas de contar a mi mano.
¡Gracias querido profesor!