Vivimos en una civilización binaria, estamos configurados en base dos. Dicotómicos perdidos, eso es lo que somos. Para todo manejamos dos opciones: sí o no, cerca o lejos, bueno o malo, ganar o perder, noche o día. Añadir una tercera variable lo complicaría todo de modo extraordinario. En una hipotética sociedad ternaria nuestros premios Nobel serían como niños de pecho, qué decir de otros mundos construidos en base cuatro, cinco, etcétera.
Quizá el secreto del éxito (relativo) de la religión católica sea la introducción sibilina de la tercera persona en el misterio de la Trinidad. Hablar solo del Padre y del Hijo sería moverse en ese entorno familiar de a dos, añadir al Espíritu Santo es entrar en el arcano de otra dimensión (y el que lo entienda que lo explique).
Hace casi sesenta años Umberto Eco dividió a los estudiosos de la cultura de masas en –cómo no– dos sensibilidades en su libro Apocalípticos e integrados (leerlo debe ser como tragar polvorones con la boca seca). Son dos términos que encajan en la situación actual como sinónimos de conspiranoicos y normalitos; dicho sea normalitos sin intención peyorativa, solo con ánimo de mantener la proporción silábica. Aclaro que, como simple ser binario que soy, simpatizo con los “normales” o integrados.
La naturaleza dual intrínseca al ser humano puede nacer de nuestra propia morfología, ya que somos simétricos (por fuera al menos) y tenemos dos ojos, dos brazos o dos piernas. Esa simetría da lugar al (aparente) doble comportamiento, dependiendo de la orientación, de nuestra figura reflejada en un espejo. En el sentido horizontal, a lo ancho, los lados se invierten, lo que en la realidad está a la derecha es izquierda para el tipo del espejo; en cambio en el sentido vertical no hay tal inversión y la cabeza reflejada sigue estando arriba, igual que a este lado del espejo.
Esa especie de trampantojo me ha sugerido dos cosas: por un lado, que nuestra comprensión del mundo está condicionada por la visión estereoscópica que nos es propia; y por otro, que a pesar de que en cada elección sean solo dos las opciones que contemplemos, bastan para que en la sempiterna sucesión de dilemas que es el laberinto de la vida lo lógico sea perderse.
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