Ya no les veo la gracia a los mundos virtuales. No estoy seguro de si, por lo que sea, se la he visto alguna vez; ya no. El otro día cuando Zuckerberg presentó…, no sé qué es lo que presentó. Sé que cambió el nombre de su empresa, a Meta. Y se habló de “metaverso”, nombre confuso en mi opinión. “Meta” es un prefijo que viene del griego y significa “después” o “más allá”. Antes creía que significaba “más allá”, correcto, y que venía del latín, incorrecto. Metaverso podría ser algo así como ir más allá del verso, hacer poesía sobre la poesía (en la estela de la metaliteratura).
Pero no, queda claro enseguida que el juego de palabras es con universo. Metaverso sería un universo virtual paralelo; un disparate, probablemente. Eso me ha recordado la novela “Universo de locos” escrita en los años cuarenta por Fredric Brown (este nombre me recuerda a su vez a Barbra Streisand). Allí se narraba un salto a un universo paralelo, uno de los infinitos posibles. Le veo más sentido a eso que al metaverso de Zuckerberg. Entre los universos paralelos posibles hay uno en el que tú eres el autor del Quijote (en otro soy yo).
“Zucker”, en alemán es azúcar; “berg”, montaña; “zuckerberg”, en traducción libre, “montaña de azúcar”; no genera confianza, desde ese punto de vista. Lo último que nos hace falta es un mundo virtual. Suena a sitio a donde escaparse, y escaparse no es posible porque vayas donde vayas te encontrarás contigo mismo, así que ahórrate el viaje. Al enterarme de lo de Meta, de lo felices que serán los habitantes del metaverso (que no cuenten conmigo) me dio un escalofrío, en serio, y un poco de miedo. Me acordé también (el mundo de los recuerdos es otra especie de mundo virtual, pero al menos este es cien por cien natural), me acordé también de los hikikomoris y de los tamagotchis, esos precursores.
El gran inconveniente de ese metaverso, y de todos los mundos virtuales, es, me parece, que allí no puedes estirar las piernas; no puedes correr, ni coger de la mano, ni sentir otro aliento. Hay cosas buenas, claro que sí, pero diría que esa es otra historia y que para aprovecharlas no hace falta irse a vivir allí. En esencia lo bueno de Internet (porque se trata de eso, ¿no?) es la comunicación instantánea y el acceso a la información, ambas ventajas extraordinarias; pero ante los mundos virtuales, prudencia cibernauta. Cada vez le tengo más cariño a nuestro old/viejo y, a pesar de todo, good/buen universo físico. La palabra que me sugiere todo esto es alienación, segunda acepción en el diccionario de la RAE: limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos al individuo o a la colectividad por factores externos sociales, económicos o culturales.
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