El cementerio de la isla de Vis se abre sobre la bahía.
Oráculos improvisados en forma de piñones
aconsejan casarme por la iglesia.
También aconsejan retirarme con mi esposa
a una cala de Dalmacia y vivir a base de pan y queso de cabra.
Me detengo ante la fotografía de una joven difunta.
Las cigarras chisporrotean entre los arbustos.
Una familia de gatos venturosos se despereza al sol.
El mar azul se recoge y viene a parar aquí abajo, en las faldas del cementerio.
Los muertos, el sol, la piedra y el mar se tocan.
Hormigas, flores, silencio.
Finales de septiembre de 2003.
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Soy profesor del Taller de Escritura de Deusto Cultura.
Me lo paso muy bien enseñando. Con lo que aprendo en las clases y fuera de ellas, trato de escribir un poco mejor.
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Soledad dice
La industria piñonera está en auge, recolecciones en Dalmacia, en Gerona, en Valde…
Casémonos, cocinaremos pesto entre lápidas, vivamos un amor gótico-playero.
Oihana Fullaondo dice
Yo soy de esa familia de gatos venturosos que se desperezaban al sol. De hecho puedo decir que el jovencito Iñigo estuvo en la isla de Vis y que piñones había un montón.
Martín Ibarrola dice
La verdad es que yo nunca estuve en la isla de Vis, pero sí que me pareció ver un perro que tenía aires de Oihana. ¿Estás segura de que eras un gato?
También vi piñones.
Qué ganas de ir allí.
Jimena dice
Todos nacimos en el Mediterráneo, que es donde están la desnudez y la alegría sencilla. Yo tampoco estuve en Vis pero algo sé, que mi cuna fue una cala y que sólo descansaré bajo un ciprés.
Dice Albert Camus:
“A otros dejo el orden y la medida. El gran libertinaje de la naturaleza y del mar me acapara totalmente”. “Dichoso aquel entre los vivos de la tierra que vio estas cosas”.
“Necesito estar desnudo y hundirme luego en el mar, perfumado todavía por las esencias de la tierra, lavarlas en él y atar sobre mi piel el abrazo por el que suspiran, labio a labio, desde hace tiempo, el mar y la tierra”.
“Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida”.
“Amo esta vida con total abandono y quiero hablar de ella libremente, pues me da el orgullo de mi condición humana… Sí, hay de qué gloriarse: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul. A conquistar esto debo aplicar mi fuerza y mis recursos. Todo aquí me deja intacto, nada mío abandono, ninguna máscara reviso: me basta aprender pacientemente la difícil ciencia de vivir, que bien vale el saber vivir de los demás… esos melocotones que se comen a dentelladas, de manera que el jugo se desliza por la barbilla”. Bodas en Tipasa, 1939.